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EL POETA COMO INDICADOR DEL PORVENIR

by - abril 23, 2025

 

Carl Spitzweg "The hermit in from of his retreat" (1844)




Queda, en cierto modo, entre los hombres de hoy un excedente de vigor que no se emplea en la formación de la vida. Este excedente debiera dedicarse, sin vacilación, a un solo fin, que tal vez no fuese describir el presente ni evocar y revivir el pasado, sino dar una indicación del porvenir; y eso no debe entenderse en el sentido de que el poeta, semejante a un economista imaginativo, debiera anticipar, en imágenes, las condiciones sociales más favorables para el pueblo y para la sociedad, y la realización de estas condiciones. Por el contrario, como hicieron en otro tiempo los artistas con la imagen de los dioses, deberá ejercer su invención en la imagen de los hombres y adivinar los casos en que, en medio de nuestro mundo moderno y de su realidad, sin ninguna prevención ni restricción artificial ante la realidad, se dan aún las almas grandes; los casos en que, digo, aun hoy en día, este alma sepa presentarse en condiciones armónicas y proporcionadas haciéndose durable y convirtiéndose en un prototipo, por su visibilidad, y ayudando, por consiguiente, a crear el porvenir, excitando la emulación y el espíritu imitativo. Las obras de esos poetas se distinguirían por el hecho de que aparecerían aisladas y garantidas contra la atmósfera y el ardor de la pasión; el desprecio incorregible, la destrucción de toda la lira humana, las burlas y los crujidos de dientes, y todo lo que hay de trágico y de cómico, en el sentido antiguo y habitual, en la proximidad de este arte nuevo, se consideraría como un molesto engrosamiento arcaico de la imagen humana. La fuerza, la bondad, la pureza; una mesura involuntaria e innata en las personas y sus actos; un suelo llano que procura al pie el reposo y la alegría; un cielo luminoso que se refleja en los rostros y en los acontecimientos; el saber y el arte fundidos en una unidad nueva; el espíritu cohabitando, sin presunción y sin envidia, con su hermana el alma, y haciendo nacer en la oposición la gracia de la severidad y no la impaciencia del desacuerdo: todo eso sería la envoltura, el fondo de oro general, en el cual las sutiles distinciones de los ideales encarnados pintarían ahora el cuadro verdadero: el de la dignidad humana siempre creciente. De Goethe parten algunos senderos que llevan a esta poesía del porvenir; pero se necesitan buenos guías, y, ante todo, una potencia mucho mayor que la que poseen los poetas de hoy, es decir, los representantes inconscientes de la semibestia, de la falta de madurez y de mesura que se confunde con la fuerza y la naturaleza. 



Friedrich Nietzsche (1844-1900). El viajero y su sombra. Traducción de Edmundo González Blanco. Madrid: La España Moderna, 1907.

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