
Aída Valdepeña (2025). Foto cortesía de la autora.
No
no estoy sola
ni loca
ni hago de más
las cosas de mi vida.
Sólo aprendí a sentir
lo mismo que los otros
aprendí
de su guarida atroz
de su silencio.
No
no hago de más
las cosas de mi vida
ni de menos.
Sólo aprendo a remar
en este misterioso río
llamado vida.
Y no
ya no concedo
ni un segundo de mi tiempo
al hecho de vivir fuera de mí.
Yo le presumo al aire
la fuerza de mi aliento
Yo le recalco al mar
mis arrebatos de ola
y a los volcanes
les recuerdo mi fuego de ser yo.
Adherida al muro de mí misma
derribo las dudas
que algún día tuvo
éste inmenso amado yo.
No merecen la pena, le digo
no merecen más lágrimas
le vuelvo a repetir.
Y sí
que mi alegría se contagia
de heridas del pasado
pero entonces
resuelvo
no moverme
permanecer estatua
para no dejar
que la herida crezca
y aunque no siempre
lo puedo evitar
aunque a veces
todo esfuerzo es inútil
porque
cada aletear de mosca
abre la herida
cada grito de afuera
abre la herida
cada que el aire, el sol, la lluvia
la herida abre
y ya incluso no es la herida la que invade
sino un simple recuerdo
pero un recuerdo herido
aún así lo intento
y la alegría me salva
¿Pero de qué me salva
de qué tendría que salvarme?
¿De qué?
Por qué la idea de que debo cambiar
de que debo hacer algo
correcto o incorrecto, no importa,
pero siempre
contrario a lo que hago.
De que debo
debo
debo…
Y me detengo
para decir que no
no debo.
Que todo
bueno o malo
lo he conseguido
a pulso de quebrarme.
Que mi futuro es incierto, sí.
El mío
y el de todos.
Que no somos dioses
ni colegas de dioses.
Que somos esa gente
que fracasa
hace planes
no los cumple
muere
pierde toda esperanza
y luego, de nuevo,
lo estará intentando.
Y en ese juego
yo también me permito
estar tan abajo
que temblamos
y aún así
seguir creyendo en las alturas.
Que mi cuerpo se quiebra, sí.
Y eso puede tomarse
como precio o condena
por haber fallado.
Porque sí que he fallado
no recuerdo cuánto
y así de necia como soy
seguro seguiré fallando.
Pero sean
mis deseos los que guíen
o mi dolor
o rabia
la que amargue los postres
o endulce las hieles
del día
según mis arrebatos.
Y sí, impaciente sí soy.
También lo soy
yo diría mujer impala.
Pensando siempre
en lo que podría hacer
si no tuviera que esperar
a que la vida
se cocine a fuego lento.
Porque todo
o casi todo
debe esperar:
La cazuela con las calabazas
el zurcido del vestido
la fila del banco
el hospital
la escuela
los resultados de la biopsia
que el pescado descongele…
Todo,
todo
aquí
es
una
larga
espera
y yo
mujer impala
quisiera haber llegado
ya a la orilla
donde desemboca todo.
Donde ya nadie espera nada de nadie.
Y no, no hablo de la muerte
que si lo pienso bien
esa es quizás
una espera
aún más infinita.
Y no, no hablo de ella.
No quisiera
ni por error
asomarme.
Hablo de la orilla del caudal
del río que encontró su fin
y ahora
es cascada
sin miedo a las alturas.
Hablo
de contemplar
sin miedo
desde el vértigo
todo lo que termina.
Aída Valdepeña (Ciudad de México, 1976). Poeta galardonada en Sinaloa, México (2007),
sus poemas han sido recogidos en antologías mexicanas e internacionales, además
de que parte de su obra ha sido traducida al inglés, ruso, italiano, francés y
portugués. Es directora de varios festivales artísticos y coordina talleres de
creación literaria.

