Vincent van Gogh, "Shoes" (1888) |
ESTOS son unos zapatos viejos. No diremos quién es su dueño, porque ya no tienen utilidad alguna: a nadie sirven, con la utilidad perdieron el amo, y, con el amo, aquella cosa clarísima, aunque modesta, que era como el alma que les daba vida: su reducido sitio en el corazón de un hombre, quien, al preguntar: "¿dónde están mis zapatos negros?", les criaba el sentido y la fuerza. Ni les queda apenas color: sólo el color general a que se estrechan las cosas en la agonía.
Están ahora en uno de esos patios cadavéricos de las casas abandonadas. ¿Quiénes están? Las fabulosas criaturas de grueso pellejo pardo, que ni tienen ojos ni patas, pero sí una negra boca desencajada. (Las hormigas, no obstante, les andan sin miedo las húmedas fauces: para las hormigas son dos cavernas orgánicas, dos montes sin nombre ni contorno, dos cosas que según las hacen sus ojos numerosos jamás podrá soñarlas nuestra razón delirante). Ni andan ni tendrán otro movimiento nunca, estas criaturas, estas cosas; pero, en cambio, pesan. Pesan sobre la tierra con todo el peso de la tierra. Su peso es enorme y no podrá medirse.
Así piensa el Tío Pedro, que ha salido a pasear la tarde rojiza. Las manos a la espalda, el vientre plácidamente redondo en el aire muy claro, se esfuerza el Tío Pedro en comprender cosas para las que aún no se ha descubierto lenguaje. Luego reanuda su paseo, va mirando distraído sus propios zapatos viejos. (Por uno de esos extraños saltos del pensamiento, el Tío Pedro ha imaginado que él es como uno de esos perrillos que andan sobre grandes pelotas, sólo que la bola que él hace mover es enorme: suave, dócil, silenciosa, la Tierra gira bajo sus zapatos viejos.)
Eliseo Diego (1920-1994). Divertimentos. La Habana: Ediciones Orígenes, 1946.