Mikuláš Galanda, "Facing Mirror" (1933) |
Gamelote imantado la cabeza del diablo. Zarzas magnéticas sus brazos. Helecho amarillento su sexo. Me retuvo en la cama. Parecía querer cubrirlo todo. Hasta el hombro pequeño de pureza que me quedó para eludirlo y del que aún pendía una tara diabólica. El diablo tenía antenas en lugar de los cuernos. Sólo una lagartija reluciente-porque apenas podía ver lo verde-me devolvió la vida. Me levanté del lecho. Pero ya no seré capaz de ver el pasto sin acordarme de lo sucedido. Ni siquiera otra vez seré yo misma para rememorar que la ternura, el amor, la amistad, verdes plenos, fueron mi primavera. He convivido con un verde diablo
El diablo frotaba contra el muro el muslo guarnecido de cayenas extrañas. De pronto, se sentó. Yo miraba su espalda, de un mareante escarlata profuso. Exhalaba un calor de fogata. Yo conocía las piras. Si ves, de lejos, en un bosque, una hoguera prendida, por un ser que te ignora, dices que es el amor y que la rojiza humareda es un nuevo rubor que alivia tu cansancio. Pero tiene que ser un desconocido quien la encienda y que el humo rosáceo que te traspase la piel. Eso es todo. Pero lo llameante del diablo no daba ya lugar para ningún recuerdo. Yo los atesoraba, como a corolas malvas, con manchas de aposentos austeros, con señales de pálidos semblantes, y me los consumió. Me quemaba dentro de una fiebre demoníaca. Sentía sus cabellos rozándome en el pecho como bugambillas satánicas. Quise huir… Pero me quedaba sólo un hombro y el diablo me arrebató la huida y se bebió después mi sangre.
Cerré los ojos. Sabía que clavaba en mis llagas los cambiantes zafiros de sus ojos y yo me debatía y no encontraba razones para sus zarpas rechinantes, fúlgidas y celestes. Porque el cielo es lo que se puede ver con alegría, lo que hace que el cuello se levante y aspire. El cielo nos permite la frente liberada y gallarda. Durante el día, lo vemos como a un regazo limpio donde cabe la libertad y también el amparo. I durante la noche, aunque pareciera negarnos el paso y el umbral, ha renacido en sombras, porque eso es nada más para que el cuerpo brille y tiemble. El cielo diurno nunca está perdido. Es un camino claro que se halla en todas partes. Rodea por todos los recodos como un pecho cerúleo que nunca nos negó protección. Una puede albergarse en el dolor, reprimirse en la dádiva, incluso hacer el puño, pero hay algo que se ensancha y se libra cuando se dice: cielo.
Ida Gramcko (1924-1994). Poemas de una psicótica. Caracas: Editorial Diosa Blanca.