Paul Klee "Signs In Yellow" (1937) |
Lo mejor es que empiece a cantar
desde ahora
la alegría de los sueños
cumplidos
y me olvide del mundo de mis
antepasados.
Ellos a la ceniza. Yo a la vida.
Siempre anduve entre nieblas como
un idiota.
No pudo ser de otra manera.
No es posible que en un pecho de
hombre
quepa tanta maldad.
Mañana limpiaré la trastienda
y saldré a la calle
y al doblar una esquina
cualquiera podrá verme lanzar los
objetos
que elaboré en las noches
con mis uñas de gato.
Mi orgullo será ver a las viejas
orinarse de risa
cuando vean tremolar mi chaleco
de feria;
mi alegría que los niños
destrocen
mi careta y mi barba.
Porque nadie dedicó más
vehemencia
—en el peor instante—
a ensayar este paso de atleta,
este nuevo redoble de tambor.
Los himnos y los trenos
pertenecen al tiempo de los
cadáveres esbeltos
con su hilillo de sangre entre
los labios
y el desgarrón de lanza, dignos
de la elegía.
Entonces el poeta era la
plañidera
que se esforzaba por conmover las
multitudes.
Pero hoy heredamos este muñón sin
dueño,
este ojo abierto en la escudilla.
Y hay que exaltar la vida, sin
embargo,
apartar la basura,
y cantar la alegría de los sueños
cumplidos,
pero con buena música de fondo;
de violín, si es posible, que es
el instrumento
adecuado: agudo, recto como un
arma.
Heberto Padilla (1932-2000). “El
hombre junto al mar”. 1981. Barcelona, España: Editorial Seix Barral, S. A.