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Frans van Mieris the Elder, "The Letter Writer" (1680) |
1959
24 de junio
El sábado pasado me acosté con un chico. Lo curioso es que no vi su rostro. Cuando llegué a lo de Roberto, había penumbra (una atmósfera mágica hecha de sombras chinescas). El chico parecía lindo. Después bebí gin, escuché música, me puse más triste que nunca y supe que no podía esperar nada. De pronto el chico me arrastró y me desnudó y me vi en la cama, fornicando. Mientras tanto, Roberto y Cristina habían entrado. También ellos fornicaban. Cuando todo terminó, me acerqué a Cristina y después de un espacio de tiempo —¿qué resoluciones?, ¿qué deseos?— que será siempre misterioso para mí, me vi en un abrazo de Cristina, besándonos las dos, haciéndola gozar y gemir (yo no sentía placer, no sentía nada). Como un relámpago pasó la imagen de Roberto corriendo junto al chico, y los dos abrazados. Después, en la noche, tuve más sed que nunca y tomé enormes cantidades de agua y sentí miedo de morir de un ataque de sed.
Pienso que si pasara el chico a mi lado, en cualquier sitio, no lo reconocería. (Confieso que este detalle me seduce.) Yo debiera pintar. La literatura es tiempo.
La pintura es espacio. Y yo odio el tiempo y querría abolirlo. Pero ni la pintura. Hablo de poder expresarme en un arte que fuera como un aullido en lo oscuro, terriblemente breve e intenso como la muerte.
Alejandra Pizarnik (1936-1972). Diarios. Editado por Ana Becciu. Barcelona, España: Lumen, 2013.