Jacob van Spreeuwen, Philosopher in his Study (1645)
El libro de relatos «Algo así te dije» de Enrique Cejudo comienza con un epígrafe del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa: «Me gusta decir. Diré mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tocables, sirenas visibles, sensualidades incorporadas.» Dicha puerta de entrada a la obra compuesta por veinticinco historias breves es coherente con esa geografía emocional donde las palabras son la radiografía de cuerpos sensibles, melancólicos y los cuales, por tanto tiempo, han aguantado lo incomunicado
En «He vuelto», el protagonista retorna a la ciudad prometida por un amor, Muriel, inscrito tanto en los recuerdos del amante como en el paisaje urbano. La memoria, en todo caso, se presenta en esa doble vertiente, física y oculta, donde lo evocado nace y muere en el laberinto de palabras.
En «Iluminación urbana», una ciudad es la figura principal: el clima, ruido, el movimiento se plasman en la sensibilidad plástica del observador, obrero, hombre de familia cuyo mundo, exterior e interior, se transforman en ramificaciones distintas: a partir de su hija, todo lo de afuera parece más banal en la necesidad de validar y validarse en la era digital; en la contaminación sónica y visual cortesía de las publicidades vacías, tanto como la carga nutricional de la comida rápida. En una mirada menos entrenada, la lectura de nuestro tiempo, con ese aire de un etnógrafo proustiano, pasaría como una amarga píldora por la nostalgia de un pasado más amable y entrañable. También, por la misma condición social del observador, y su lucidez, puede darse el lujo de analizar su alrededor mientras trabaja: «Las horas aquí son distintas: no es lo mismo comprar que trabajar.»
En «Armario», esa pieza tan íntima y poco abordada es el quid para que se trace el escenario de una historia de amor dentro de una alcoba: la ropa, aromas y lo inaprensible e irreflexivo son los motivos para filosofar sobre el tiempo, la pasión y los embates de la memoria. «... no solemos olernos, ni escuchar nuestra voz...» nos dice el personaje principal y narrador del relato. Y lo que fue una parte esencial de su vida, algo tan inmaterial como los olores, se transfiguran en un objeto o pasa a ser un error suturado por el olvido o la necesidad de olvidar.
¿Qué le motivó a escribir «Algo así te dije»?
Este libro tiene una gestación muy larga, algunos relatos tienen un cuarto de siglo y yo escribo muy despacio. ¿Por qué lo he escrito? No lo sé explicar con precisión: por contar una historia, por explorar posibilidades, por decir narrativamente lo que creo que no puedo decir de otro modo, por algún que otro revés vital, por expectativas que pudieron cumplirse, por recrear algún acontecimiento familiar, por lo que pudo ser y no fue, por lo que sí fue, por ver si era capaz de escribir un texto erótico… En definitiva, las motivaciones son diversas y han pasado muchos años entre uno y otro. Aún no sé cómo he sido capaz de reunir veinticinco. Hay algunas personas cerca que tienen más confianza en mí que yo y me han empujado a dar forma a esos textos.
En el relato «Lo que no nos destruye» parte de una frase de Friedrich Nietzsche para que el personaje principal, un filósofo, nos hable de su relación con ese pensador, poeta y filólogo alemán y la ciudad de Turín en un viaje emocional lleno de referencias urbanas, históricas, literarias (Pavese, Primo Levi), a la vida y a la muerte. ¿Qué tanto considera usted que la literatura debe ser parte de ese expresarse «... sin paredes, incluso para exhibir las patologías y las carencias»?
Solo he estado en Turín en una ocasión. Recomiendo visitarla, desde luego, antes de que se enteren demasiados turistas. Me alojé en el hotel Due Mondi, cuyo nombre me pareció deliciosamente platónico. Muy cerca estaba el Hotel Roma, donde Pavese se suicidó y también la hermosa plaza en la que Nietzsche perdió la razón para siempre. Fui al Café Elena, al que acudía también Nietzsche. La casa de Primo Levi está perfectamente localizada, pero no es visitable, sigue viviendo su familia. Yo soy muy agradecido a estos escritores a los que tanto debo (a Pavese lo he leído poco, lo confieso) y me gusta visitar sus lugares.
Nietzsche vivió una vida complicada: un escritor que casi no podía leer ni escribir (creo que apenas hora y media cada día) buscó en Italia esa gran salud que nunca tuvo. Dicen que era una persona extraordinariamente amable y educada, lo que parece contrastar con su poderosa, desafiante y atronadora prosa. Nietzsche apostó por la vida y perdió, al final todos perdemos, pero él lo hizo a los 45 años, pues los últimos once fueron de locura y reclusión. En su obra estaba su vida, la entregó a esos libros.
Esa frase (que, por cierto, aparece al comienzo de la película Conan, el bárbaro), ha sido manipulada hasta la náusea, no solo por los nazis y supremacistas, sino también por los que venden autoayuda de baratillo. Creo que Nietzsche quiere con ella incidir en el valor de la vida, en el riesgo: hay que evitar ser acomodaticio y camaleónico. Esa frase es indicativa del pathos, de la voluntad de poder (de ser, de ser más, mejor).
En literatura, y muy especialmente en poesía, hay que derribar las paredes, claro que sí. Hace poco he escuchado una entrevista a Paul Auster en la que decía que escribir es fácil: solo hay que abrirse las venas y dejar que sea la sangre la que escriba. Casi nada.
La literatura no tiene por qué ser para todos. Es una elección: escribir, leer, participar de esos quebrantos… Y también de los gozos, que eso es la vida. Hay quien prefiere otras elecciones y yo nada tengo que reprochar ni aconsejar a nadie. Como mucho diría que ellos se lo pierden.
¿Hay límites a la hora de escribir ficción?
¿Límites morales? Si es ficción, no creo. Conviene no confundir al escritor con sus personajes: la maldad existe, habita entre nosotros y la narrativa se hace eco de ella y la recrea. Mr. Hyde existe y también el Doctor Rieux, arquetipos de lo peor y lo mejor.
Respecto a otros límites, supongo que la imaginación y el talento de cualquier juntaletras. A mí, cuando leo, o cuando veo una película, me maravilla sentir un mundo nuevo, sentir que eso no me lo habían contado antes, o no de esa manera. Repetir fórmulas, seguir excavando en lo que hemos leído mil veces tiene poco interés.
No conviene confundir ficción con “todo vale”. También hay que manejar mínimamente recursos narrativos, coherencia y ortografía. Sí, esto también.
¿Cómo es el proceso creativo de un filósofo a la hora de escribir ficción?
No sé qué responder. No hay muchos filósofos que hayan escrito ficción (claro que igual la filosofía es un género de ficción…). Y yo no soy un filósofo, solo un profesor de filosofía, nada más ¡o nada menos! Recuerdo a unos pocos que han dado el salto y no me ha gustado lo que escriben cuando pasan al otro lado (evito dar nombres, no soy más que un lector muy subjetivo).
Por lo que a mí respecta, es difícil renunciar a la formación que tiene cada uno. Una lectora me dijo en un correo electrónico que se notaba “un huevo” que yo era profesor de filosofía. Espero que eso no sea necesariamente un demérito. En todo caso, es verdad que me gusta detenerme y ahondar en la mente de quienes hago protagonistas, sus motivaciones, su desamparo, sus dudas, su soledad o sus deseos… Alguien me dijo también que mi prosa le recuerda a la de Javier Marías. Me hinché de vanidad, claro, ya me gustaría a mí… La verdad es que Marías escribía como los ángeles, yo decía que sus novelas eran pura fenomenología. Por supuesto, uno de mis escritores mayores.
Por centrar la respuesta, yo escribo a ráfagas, me dejo llevar, se me ocurren situaciones, observo a la gente, escribo y escribo… Pocas descripciones, escasos diálogos y tal vez demasiado análisis. Luego toca podar: a veces los diez folios se quedan en tres. Hay que encontrar orden, sentido… Apolo reconduce a Dionisos.
¿Primero fue el amor al pensamiento y a las ideas para después volcarse a la ficción o es una amalgama de expresión sin fronteras?
Yo de joven quería escribir poesía. Cuando tuve que elegir estudios, dudé hasta última hora entre Filología y Filosofía. Venció esta, pero seguí leyendo: novela y poesía especialmente. Escribía, pero sobre todo leía. A mi alrededor, algunos amigos y compañeros escribían mucho mejor que yo y les envidiaba. Tuve muchos años de barbecho, apenas alguna nota suelta y archivos en el PC, algunos de los cuales he perdido para siempre. Especialmente dolorosa fue la pérdida de un proyecto de tesis en el que había trabajado y redactado sesenta páginas: “Filosofía y literatura en Miguel de Unamuno”.
De todos modos, creo que las fronteras son más por el afán taxonómico que por otra cosa. A mí la ficción como puro entretenimiento no me ha interesado nunca, pero sí la novela filosófica, con mensaje, si se me permite la expresión, que no debe confundirse con la novela moralizante, que es algo bastante cursi y cargante. Dicho de otro modo, los pensamientos impregnan la ficción: eso es lo que me interpela.
¿Tuvo algunos pensadores y escritores en general en mente o leyendo durante el proceso de composición del libro?
Ninguno en particular, aunque cómo no evocar a Borges, a Cortázar, a Munro… Desde luego, a Albert Camus, al que dediqué un relato y también al enigmático Wittgenstein, protagonista indirecto de otro.
Hay muchos escritores que aparecen en las páginas de Algo así te dije. Este libro no es, por supuesto, un homenaje ni un inventario de débitos. Pero están ahí. Me han influido, desde luego: mejor que te influyan los buenos que los mediocres. Pero he intentado buscar una voz propia. Quizás eso es muy arrogante; sin embargo, remedar está bien como ejercicio de estilo, pero nada más.
Tiene proyectos literarios pendiente a corto y/o mediano plazo?
Acabo de sacar a la luz un ensayo (Diario filosófico de un profesor peliculero), que se vende en Amazon. De momento, despaciosamente. La gente oye la palabra ‘ensayo’, dice que muy bien, que la filosofía es esencial… y sale corriendo.
Este verano espero terminar unos materiales prácticos para usar películas en las asignaturas del departamento de Filosofía. Básicamente, cuestionarios y análisis.
También he terminado un libro de poesía (un híbrido entre aforismos y haikus), titulado Frente a la intemperie. De momento, está en stand by, por decirlo de algún modo. Veremos qué hago con él, supongo que lo autopublicaré, porque si el mercado de novelas es vacilante y el de ensayos escasísimo, el de poesía es un páramo. Creo que los lectores de poesía de toda España cabemos en un autobús. Ya decía Aleixandre que la poesía no da para comer, todo lo más para merendar.
Me he jubilado prematuramente, así que ahora tengo todo el tiempo para mí. Y lo empleo en esas tres maravillosas actividades: leer, ver películas y escribir. No es que escriba mucho, es que no ceso de corregir, de buscar, de pulir frases, de borrar… La verdad es que es lo que más me gusta: ese proceso de artesanía y mejora. Creo que debemos aspirar a dar lo mejor. No siempre serán obras maestras, eso lo dejamos para Borges y compañía, pero al menos hay que quebrar la mediocridad y no rendirse ante el desánimo.