Las Flores Rotas

Blog de poesía

 

Francisco Camps Sinza relato, Las flores rotas blog, cuento, narrativa
Quentin Massys, Portrait of a Scholar (ca. 1525 – 1530)



Les contaré, a la manera que pueda, como fue que dejé de sonreír por un lapso. Estaba en tercer grado de primaria. Fui al colegio “Juan Bautista” como mis amigos Osorio, Márquez y Gaitán, los cuales todavía frecuento en el bar de la esquina. Esos días colegiales eran felices. No había dicha mayor que ir a clases, no a aprender, sino a jugar pelota de goma en el recreo con mis amigos, a comer las obleas del señor Jesús que comprábamos a la salida, a atrapar lagartijas que se escabullían por la placita, espiar a las niñas, entre otras cosas. Mamá siempre me buscaba a las doce del mediodía en religiosa puntualidad. A esa hora, el timbre nos despertaba del letargo de alguna materia, matemáticas o tal vez inglés, me aburrían a morir y como Lucho pensaba que era, no innecesario aprender inglés, sino muy desprovisto de realidad.



Francisco Camps Sinza (La Guaira, 1988). Lapso en Transtextos, mayo, 2024. 

Link: https://transtextos.springrolls.site/franciscocamps/lapso/ 

 

Enrique Cejudo relato, Nietzsche, Turin
Giuseppe Canella, Turin, A View Of The Piazetta Reale



«Heimweh se llama en alemán ese dolor, es una bella palabra y quiere decir ‘dolor de hogar’».

Primo Levi: Si esto es un hombre



«Lo que no nos destruye nos hace más fuertes». Todo aquel que haya estudiado a Nietzsche se ha encontrado con esta frase. Cuando era adolescente la leí en los primeros fotogramas de Conan, el bárbaro. Después estudié filosofía y me doctoré con una tesis sobre el pathos de la distancia en la poesía de Nietzsche. Algo difícil de explicar; el texto tomaba como eje la Genealogía de la moral y su idea central era que cerraba un círculo que comenzó a dibujar ya en sus estudios sobre el mundo griego arcaico, aún sin cumplir los veinte años. 



Enrique Cejudo. Algo así te dije.

Link: https://shorturl.at/lopCZ

Francisco Camps Sinza, Blanca Sangre, Revista Weird Review
Artemisia Gentileschi, "Jael and Sisera" (1620)



El pobre diablo de rodillas estaba bañado en sangre. Su camisa ya roja, con algunos destellos blancos, marcaba su pecho. De su cabello azabache, explayado en su frente perlada de sudor, se abrían canales bermejos, y el ojo izquierdo de aquel miserable, brotado, intentaba abrirse en vano. Unas mujeres se le abalanzaban como fieras para cachetearlo. Sus brazos atrás, como si estuviesen atados, no detenían los golpes. Estuve allí como dos minutos. Con el machete en la mano intenté detener a ese gentío. Había cinco hombres corpulentos que podían terminar de molerlo a palos, esperando de brazos cruzados que las mujeres se cansaran.



Francisco Camps Sinza (La Guaira, 1988). Blanca Sangre en Revista Weird Review. Link: https://lektu.com/l/revista-weird-review/revista-weird-review-numero-4/22964 

 

Francisco Camps Sinza, Relato, Las flores rotas blog de poesía, Arte, Jacob Jordaens
Jacob Jordaens, "The Feast of the Bean King" (1640-1645)




Al llegar a la esquina había olvidado el número que me había dado mamá para que lo jugara por la lotería del mediodía. Le di lata para que no lo anotara (estoy grande) y se me fue de la chaveta. Creo que era 341 y a la inversa (mamá hablaba de permutas y cada mañana hacía un triángulo viendo el programa de “El Iluminador”). No tuve otra opción que devolverme cuando la señora Lourdes estiró la mano para recibir el papelito, como de costumbre. Me quedé petrificado; miré a la señora que estaba detrás, llevaba una bata, no tenía sostén y sus pezones apuntaban a mis ojos. Me devolví. Si la ve, pensé, la señora Lourdes con su voz de cacatúa le contará lo ocurrido. Ya la escucho reírse, con su estruendo que incendia la vereda. Lo mejor es que no le riña a mamá en la noche al mandarme a botar la basura, al escuchar de sopetón el frenazo del camión, siempre a la hora de la cena y tener que dejar la arepa sobre la tele (porque si la dejo sobre la cama, como sucedió, el perro se la come), salir volando por las escaleras y hacer de Forrest Gump otra noche más.




Francisco Camps Sinza (1988). Fiesta con whisky, Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores, XI Edición, 2017.

 

Dios en el medio y unos ángeles al fondo.
William Blake, "When the Morning Stars Sang Together" (1804-1807)




Para decir papá son dos golpes secos en la rodilla izquierda, recordó Justina. Sonó dos zarpazos en su cabeza, mientras que el doble de golpes, más suaves, sobre la rodilla derecha, era mamá, y pensó: ¿Hermano? ¿Cómo nos llamamos a nosotros? Quiso decirle esto a Gael, pero el chico estaba tan absorto, mirando el cielo azul seco con las pestañas al aire como gusanos de terciopelo, zambullido en sus propios pensamientos. Ante el azote del viento, Gael hundía sus manos como si navegara esa masa invisible y tibia.




Francisco Camps Sinza (1988). El lienzo de Wittgenstein, Brevelectric, 2021.

 

Mujer reclinada en una silla. Habitación iluminada.
Pierre Bonnard, "Femme Assise" (1907)




No sé si mamá tenía razón al decir con ligera amargura que el tedio era la enfermedad de mi generación. Su agudeza salió una tarde mientras hacía una ensalada y me veía bajar y subir las escaleras, entrar y salir de casa, dubitativa, pensando si visitaba a Carlina, mi amiga de la infancia, hasta que me zumbé en el mueble y oscilaba entre el panal disecado del techo y ver a mamá limpiar las lechugas. No dijo más nada; rezongaba a sus adentros o no presté mayor atención a lo que dijo luego, hasta que gritó que picara el pan en trocitos. Lo hice; casi corto mi índice, soy torpe, andaba pensando pendejadas, y antes de que parte de mi dedo fuese masticado por papá o Luisito y salieran en las noticias de RCTV a la medianoche como caníbales, mamá, en suma lucidez, me despachó de la cocina.



Francisco Camps Sinza (1988). Relato Lección en Transtextos, 2022. Link: https://transtextos.springrolls.site/franciscocamps/leccion/

 

Mujer reclinada sobre el pasto verte. Muchas plantas a su alrededor.

Millet, "Bergère dormant à l’ombre d’un buisson de chênes" (1874) 




Era la séptima carta que enviaba papá al programa Somos Todos, un concurso nocturno que insistía en probar, como le gustaba decir al presentador, la paciencia del venezolano. El Sr. Oplinio preguntaba, con su voz parsimoniosa, edulcorada, un cuestionario por participante, entre verdades y mentiras, paradojas, intercalando por colores —del magenta hasta el blancoleche, los cuales identificaban a los nueve concursantes—, mientras sus técnicos jugaban con la atmósfera del show. Las primeras cartas de papá con intención de concursar fueron en enero pasado, luego en marzo, mayo, un par en junio y dos en el mes de julio, cuando una mañana cualquiera de un lunes a las ocho de la noche, colocaron una telenovela repetida hasta el hartazgo. Al principio papá se sintió desconcertado, mecía sus cejas apenas blanquecinas, diciendo en voz alta lo que era para sus adentros: «Seguro está enfermo», pero papá no es ningún ingenuo, sabe tan bien como yo que los programas los graban, tienen otro tiempo, así rece a un costado, titilando, el en vivo. Al día siguiente fue lo mismo y de esa forma, continuó el resto de la semana. Para el lunes siguiente, papá preparó otra carta, la leyó en voz alta, como si quisiera convencerse de lo escrito, sin participarme en lo escrito, tratando de corregir algún error que tuviese la misiva. Siempre la comenzaba con un “Estimado Sr. Oplinio”, y finalizaba con “Un fiel seguidor y creyente de Somos Todos”, para estampar su firma oblicua con una cola inclinada hacia la izquierda al término de la misma , firma practicada una y otra vez, inundadas en un viejo cuadernillo. Bajamos al correo, depositamos la carta en la misma agencia, con la señora catira de gruesas cejas y labios muy rojos, fuimos a la panadería, comimos un golfeado y café con leche, y con dos campesinos bajo el brazo volvimos al apartamento. Papá poco salía solo; no sé si era una excusa para cuidarme, o su condición de pensionado, o si en realidad era tan asocial y taciturno como se mostraba. Contadas veces lo vi saludar afectuosamente a alguien en la calle, detenerse a conversar con un amigo, como esa vez que vimos a un hombre de bigotes gruesos, muy alto y con paltó oscuro, ––¡Mario!––, dijo el hombre con sorpresa, papá se abochornó, su rostro cambió por completo, y al abrazo sincero que mostró aquel hombre, él lo respondió con la misma expresión al quedarse sin cigarrillos.




Francisco Camps Sinza (1988). Relato "Avenida 'La Deriva'" en Premio Santiago Anzola Omaña, 2017. 

 

Mujer sosteniendo el espejo sobre una calavera.
Nicolas Regnier, "An Allegory of Wisdom" (1626)



Había salido a trompicones de la casa, casi trotando, como lo hacen esos deportistas que están en un punto intermedio entre caminar y correr. Su camisa blanca estaba impecable. Su pantalón gris, de finas rayas marrones, no estaba del todo planchado; se corrugaba en la entrepierna, pero eso no se veía tan mal. El problema fueron sus zapatos. Estaban viejos, sin brillo, a pesar de las estrujadas con un paño y un poquito de cerveza. Eso dicen que ayuda. Era martes, 3:00 p.m., y su papá ya estaba vuelto na. En el refrigerador quedaban seis cervezas; él abrió una, se toma la mitad de un jalón y humedeció una media vieja y procedió a limpiar los zapatos. Pensó que si su papá se fijaba él iba a aceptar los carajazos. Después, todo pasa más rápido. Pero había que esperar. Yo, que le seguía, casi no pude agarrarle el paso. Esquivó con destreza unos charcos y algunos coprolitos fosilizándose desde hacía rato. Al llegar a las cercanías del hospital Madre Salvación, a unas quince cuadras de la casa, ya me sentía cansado. ¡Al fin pude alcanzarlo! De la nada, la suela del zapato izquierdo se abrió como una arepa. Ricardo trastabilló, pero se detuvo frente al bululú que aguardaba en el codo de Emergencias. Una chica indiscreta le pinchó el brazo a la mamá que hablaba por teléfono para que viera el espectáculo. Sí, Ricardo andaba renqueando por la acera, saltaba como un canguro cojo, viendo si había un banco desocupado. Nadie se levantó. Había dos hombres leyendo el periódico, conversando y balanceando una morisqueta en la cara, sacándole un chiste a una de las innumerables desgracias nacionales de turno, además de la niña flaquísima al lado de la mamá que no despegaba la cara del celular, y dos señoras y un señor que podían sumar toda la historia republicana entre los tres. A decir verdad, mis zapatos no estaban mejores: grises, chatos, con una estrella al costado que se caía, aunque las trenzas estaban limpias. Le dije para cambiarnos de calzado, pero no quiso. Compró un chicle en la bodega de Justo, lo mascó y se lo pegó a la suela. La niña flaquísima retorció su boca. “¡Qué asco!”, dijo sin dejar de ver. A Ricardo no le importaba la estética. Subió el zapato, le dio una mirada desde arriba, lo zapateó como si matara una cucaracha o bailara joropo, dio unos pasos y, como fue un éxito el experimento, siguió su caminata. Esta vez ralentizó el tempo. Tenía un tumba’o que no era el suyo. No sé si mejor o peor. “¡Qué cagada!”, soltó cuando estaba hombro a hombro con él, o más bien hombro con cara.




Francisco Camps Sinza (1988). El centinela, Sello Cultural.

 

Mujer siendo visitada por dos brujas
Goya, "No grites, tonta" (1796-1797)




Vanessa creía escuchar gritos en el cuarto de huéspedes. Su tío Claudio, el “cojito”, como le decían entre los primos pequeños, por su “herida” en la rodilla durante su vida pasada luchando en alguna de las guerras de independencia —se levantaba el pantalón y, con su pierna poblada como el amazonas, hundía su índice en la rótula y veíamos un agujero, por la insistencia e ilusión o la ineludible prueba de su vida pasada—, nos explicó, a su modo, el motivo de tales sonidos en dicho cuarto.



Francisco Camps Sinza (1988). Los gritos, Letralia, 2022.

 

Hombres volando sobre un fondo oscuro
Goya, "Los Proverbios" (1815-1823)



Cuando Augusto Fortepiedra enfermó gravemente, sentir como menguaban sus fuerzas hasta dejar de trabajar definitivamente como bedel en el aeropuerto de Santaeva, tener que coger cama y toser a cada rato como si sus pulmones se fuesen a desprender, lo primero que pidió, luego de regañar por un cigarrillo, fue llamar al padre Jesús Meléndez. Éste era un viejo conocido suyo, contemporáneos, unidos por padres amigos, ambos muertos por cirrosis hepática y madres abnegadas al amor de hombres duros en tiempos duros. El padre Meléndez lleva un par de años oficiando misa en «La Jungla», un poblado al este de Santaeva rodeado por una plaza custodiada por la iglesia principal, blanca, altiva, con una campana repicando todas las tardes cuando el sol se empeña en dejar de posarse sobre la mar.



Francisco Camps Sinza (1988). ¡Traigan al padre!, Papel Literario, El Nacional, 2022.

 

Una pareja besándose. En el fondo el atardecer. Árboles rodean la naturaleza.
Edvard Munch, "Kiss on the Beach" (1921)




Esa boda de Lucinda y Matías fue el evento del barrio. Mira la foto, dice Griselda, mira la sonrisa de ella, tan bella con su vestido blanco y los pelos ensortijados, un afro pardo con destellos dorados, los ojitos hecho agua, y él con su copete prieto y los ojos clavados en la cámara y los labios rojísimos por los restos de la pintura labial. Él se ve triste, pensó Manuelito, observando el gran cuadro con la pareja dentro de un carro blanco y una que otra cara asomándose por las ventanillas. Ese quien es, preguntó, me parece Ricardo, sí, dijo ella aguzando sus ojos miopes, verdecitos, acercándose para contemplar aquella mirada extraña, contemplativa, guapo, dijo Manuelito, sí, es él, Ricardo Matos. 



Link: https://transtextos.springrolls.site/franciscocamps/si-la-quiero-tanto/ 

 

Katsushika Hokusai, Lovecraft, arte, literatura, flores rotas blog de poesía
Katsushika Hokusai, The Lantern Ghost, Iwa (1826-1837)





No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas. 




H.P. LOVECRAFT (1890-1937). El bajorrelieve de arcilla en "La llamada de Cthulhu". 

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