Está el ancho desierto pero nadie
marcha
salvo
por el mullido surco de antiguas caravanas,
está
el océano pero las quillas se adhieren a
las
precisas viejas paralelas,
está
el mar azul sobre las montañas
pero
arañan las mismas líneas
en
las estelas del reactor,
así
que los políticos deambulan
sin
imaginación, dan vueltas
por
los mismos jardines sombríos
con
su fuente seca en el patio delantero,
las
palmas gri gri desecando
vainas
de estiércol como cabras,
idénticas
líneas rigen los Informes Oficiales
los
mismos peldaños suben a Whitehall
y
sólo cambia el nombre del tonto
bajo
el sombrero blanco de alcornoque emplumado
para
los Desfiles de la Independencia
girando
en derredor, en calypso,
al
compás de la descarada alegría de las tubas.
¿Por
qué están los ojos de los hermosos
y
demarcados niños
en
los uniformes del país
huraños
y cohibidos?
¿Por
qué se agrandan aterrados
por
el orgullo golpeteado en sus mentes?
¿Fueron
más veraces, los viejos cantos
cuando
la ley vivía lejos,
cuando
la reina velada, su contorno
cómodo
como almohadones
mantuvo
el orbe con sus fuertes reprimendas?
Esperamos
por el cambio de estatuas,
por
el cambio de desfiles.
¡Aquí
viene ya, aquí viene!
¡Papá!
¡Papá! Con su gentío,
Las
pulcras focas de su Gabinete,
que
vienen anadeando, arrastrándose hasta el estrado,
mientras
el viento mete su cola
en
la grieta de la montaña, y una ola
tose
una vez, súbitamente.
¿Quién
llamará respeto a ese
silencio?
¿Sobrecogimiento a aquellas
alabanzas
roncas, forzadas? ¿Nuevo Mundo
a
esa melodía cascada que sale
de
las pulsantes trompas en derredor?
Busca
un nombre
para
esa mirada en los rostros del electorado.
Dime
cómo sucedió todo eso
y
por qué no dije nada.
DEREK
WALCOTT (St. Lucía, 1930-2017). Poetas del Caribe inglés:
antología. Volumen I. 2009. Caracas: Fundación Editorial el perro y la
rana. Versión de Lourdes Arencibia Rodríguez y Keith Ellis.