Me han regalado una muñeca rusa
No
sé si desdoblarla o dejarla como está
Después de algunas horas
decido
sacar una por una
y
colocarlas en distintos lugares de la casa
pero sé que no están a gusto
Si
pudieran hablar ya me habrían dicho
que
separarlas no ha sido ninguna buena idea
que
quizá no unidas pero sí juntas
Así lo hago
Las
pongo en fila en el librero
la
más grande al inicio y de ahí por tamaños
No
les complace tanto todavía
Las
veo rivales
Están
inquietas sintiéndose tan próximas
Vuelvo a meterlas todas en una misma
Veo
a la gran muñeca y sé que está asfixiada con tantas suyas dentro
Amanece
en el suelo aunque no tiemble
Quisiera
seguir pensando en más formas posibles
pero
hoy me han regalado un espejo
y
no sé dónde ponerlo
para
ver
sólo
de vez en cuando
a
todas las que soy cuando me miro.
AÍDA
VALDEPEÑA (Ciudad de México, 1976). "Libro íntimo o cómo empacar la
vida en una uva" (Inédito). Poeta galardonada en Sinaloa, México (2007),
sus poemas han sido recogidos en antologías mexicanas e internacionales, además
de que parte de su obra ha sido traducida al inglés, ruso, italiano, francés y
portugués. Es directora de varios festivales artísticos y coordina talleres de
creación literaria.
Edgar Degas "La clase de ballet" (1871-74) |
Iba en un paso rítmico y felino
a
avances dulces, ágiles o rudos,
con
algo de animal y de felino
la
bailarina de los pies desnudos.
Su
falda era la falda de las rosas,
en
sus pechos había dos escudos...
Constelada
de casos y de cosas...
La
bailarina de los pies desnudos.
Bajaban
mil deleites de los senos
hacia
la perla hundida del ombligo,
e
iniciaban propósitos obscenos
azúcares
de fresa y miel de higo.
A
un lado de la silla gestatoria
estaban
mis bufones y mis mudos...
¡Y
era toda Selene y Anactoria
la
bailarina de los pies desnudos!
RUBÉN
DARÍO (1867-1916). "El canto errante", 1999. Madrid: Editorial
Espasa.
Rafael Cadenas (foto archivo)
Vivo
¿a
quién debo este honor?
Mi
alma vacila. Dante me acompaña
a
través de la noche soviética.
Yo
vago entre las ruinas
de
la Hélade.
No
puedo huir.
Esconde
los
poemas, Nadezda,
¿Cómo
pudiste, César,
destruir
nuestra
vivacidad?
He
abandonado toda esperanza
a
la entrada del campo.
El
único que habla ruso
no
podía olvidar.
Un
dios perdona,
un
semidiós no.
Los
gritos
se
pierden en la vastedad de mi país.
RAFAEL
CADENAS (Venezuela, 1930), "Gestiones/ Dealings", 2011. Mérida:
Universidad de los Andes/ Ediciones Actual.
Rafael Cadenas (foto archivo)
I'm
alive.
To whom do I owe this honour?
My soul staggers. Dante accompanies me
through
the Soviet night.
I wander through the ruins
of Hellas.
I can't flee.
Hide
the poems, Nadezhda.
Caesar, how could you
destroy
our liveliness?
I have abandoned all hope
at the entrance to the camp.
The only man who speaks Russian
couldn't forget.
A god forgives,
a demigod does not.
The shouts
are lost in the vastness of my country.
RAFAEL CADENAS (Barquisimeto,
Venezuela, 1930). "Gestiones/ Dealings", 2011. Mérida: Universidad de
los Andes/ Ediciones Actual. Versión de Rowena Hill.
Era con
mucha noche
y grande soledad.
Recuerdo de compañía —que
hubo y ya no había.
Era la sola compañía del
solitario
en un camino que ante mí
quisiera presentir.
Alzóse figura que tan tierna me
fuera
alguien que me viera nacer, y
yo vi morir.
(1946)
MACEDONIO FERNÁNDEZ (1874-1952).
"Poesías completas", 1991. Madrid: Visor Libros.
A Luis de la Serna
¡Qué esfuerzo!
¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro!
¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!
¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo!
Y el caballo,
¡Qué flecha aguda exprime a la rosa!,
¡Que rosa gris levanta de su belfo!
Y la rosa,
¡que rebaño de luces y alaridos
alta en el vivo azúcar de su tronco!
Y el azúcar,
¡qué puñalitos sueña en su vigilia!
Y los puñales diminutos,
¡qué luna sin establos, qué desnudos,
piel eterna y rubor, andan buscando!
Y yo, por los aleros,
¡Qué serafín de llamas busco y soy!
Pero el arco de yeso,
¡qué grande, qué invisible, qué diminuto!
sin esfuerzo.
FEDERICO GARCÍA LORCA (1898-1936) Poeta en Nueva York en "Yerma/Poeta en Nueva York". 1981. Barcelona, España: Bruguera.
Pieter Brueghel "El triunfo de la muerte", (1562) |
No soy yo quien grita: es la tierra que ruge.
¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡El diablo ha enloquecido!
Escóndete en el fondo limpio de los manantiales,
fúndete al cristal de la ventana,
ocúltate tras los fuegos de los diamantes,
bajo las piedras, entre los insectos,
escóndete en el pan recién salido del horno.
Oh, tú, pobre, mi pobre.
Con el fresco aguacero fíltrate en la tierra.
En vano hundes tu rostro en ti mismo,
sólo podrás lavarlo en otro rostro.
Sé la delgada arista de una brizna
y serás más grande que el eje de este mundo.
Oh, máquinas, pájaros, frondas, estrellas,
nuestra fértil madre pide gritos parir.
Querido amigo, cariñoso amigo,
ya sea terrible o maravilloso,
no soy yo quien grita, es la tierra que ruge.
ATTILA JÓZSEF (1905-1937). "Poesías", 2008. Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana. Versión de Fayad Jamís.
Nelson Garrido "Caracas Sangrante", (1996) |
¿Es esto?
¿Es esto el spleen?
¿La ampliación de las aceras de la avenida Francisco
[de Miranda?
¿La lánguida exhibición de transformistas y putas al caer
[cada tarde?
¿La línea de lucecitas que dibuja la Cota Mil, inerte, sobre
[El Ávila?
¿Las torres de Parque Central, verticales y paralelas sin
[excepción?
¿La mancha gris que forman, a distancia, las parcelas del
[Cementerio General del Sur?
¿Los puentes de la avenida Fuerzas Armadas, tan sórdidos,
[por debajo?
¿La mercancía acalambrada de los buhoneros de Sabana
[Grande?
¿El infinito desfile de perros e indigentes aquejados de
[sarna y ron?
¿Las bocas del metro tragando y escupiendo cuerpos sin
[parar?
¿Para esto quedó Baudelaire en nuestras manos?
ODETTE DA SILVA (Caracas, 1978). "Escandinavia y otros destinos", 2006. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Retrato de Baudelaire por Étienne Carjat (1863)
Naturaleza es templo donde vivos pilares
Dejan salir a veces palabras confundidas;
El hombre allí atraviesa entre selvas de símbolos
Que lo observan con sus miradas familiares.
Como esos largos ecos que de lejos se mezclan
En una tenebrosa y profunda unidad,
Vasta como la noche y como la claridad,
Los perfumes, colores y sones se responden.
Es que hay perfumes frescos como carnes de niños,
Dulces como el oboe, verdes como praderas
—Y otros, corrompidos, ricos y triunfadores.
Teniendo la expansión de cosas infinitas,
Como el almizcle, el ámbar, el benjuí y el incienso,
Que cantan los transportes de espíritu y sentidos.
CHARLES BAUDELAIRE (1821-1867). "Antología esencial", 2009. Caracas: Fundación Editorial el Perro y la Rana. Versión de Rodolfo Alonso.
Mateo Manaure "Suelos de mi tierra", (1985) |
A mi hermana Elodia
I
¡Tierra! grita en la prora el navegante,
Y confusa y distante
Una línea indecisa
Entre brumas y ondas se divisa.
Poco a poco, del seno
Destacándose va del horizonte,
Sobre el éter sereno
La cumbre azul de un monte.
Y así como el bajel se va acercando
Va extendiéndose el cerro
Y unas formas extrañas va tomando;
Formas que he visto cuando
Soñaba con la dicha en mi destierro.
Ya la vista columbra
Las riberas bordadas de palmares,
Y una brisa cargada con la esencia
De violetas y azahares,
En mi memoria alumbra
El recuerdo feliz de mi inocencia,
Cuando pobre de años y pesares
Y rico de ilusiones y alegría,
Bajo las palmas retozar solía
Oyendo el arrullar de las palomas,
Bebiendo luz y respirando aromas.
Hay algo en esos rayos brilladores
Que juegan por la atmósfera azulada,
Que me habla de ternuras y de amores
De una dicha pasada;
Y el viento, al suspirar entre las cuerdas
Parece que me dice: "no te acuerdas?"...
Ese cielo, ese mar, esos cocales;
Ese monte que dora
El sol de las regiones tropicales...
¡Luz! ¡Luz al fin! —los reconozco ahora:
Son ellos, son los mismos de mi infancia,
Y esas playas que al sol del mediodía
Brillan a la distancia
¡Oh, inefable alegría!
¡Son las riberas de la patria mía!
Ya muerde el fondo de la mar hirviente
Del ancla del férreo diente;
¡Ya se acercan los botes desplegando
Al aire puro y blando
La enseña tricolor del pueblo mío!
¡A tierra! ¡A tierra! o la emoción me ahoga,
O se adueña de mi alma el desvarío!
Llevando en alas de mi ardiente anhelo,
Me lanzo presuroso al barquichuelo
Que a las riberas del hogar me invita.
Todo es grata armonía; los suspiros
De la onda de zafir que el remo agita;
De las marinas aves
Los caprichosos giros
Y las notas suaves,
Y el timbre lisonjero,
Y la magia que toma
Hasta en labios del tosco marinero
El dulce son de mi nativo idioma.
¡Volad, volad veloces,
Ondas, aves y voces!
Id a la tierra donde el alma tengo
Y decidle que vengo
A reposar, cansado caminante,
Del hogar a la sombra un solo instante;
Decidle que en mi anhelo, en mi delirio
Por llegar a la orilla, el pecho siente
Dulcísimo martirio;
Decidle, en fin que mientra estuve ausente
Ni un día, ni un instante hela olvidado,
Y llevadle este beso que os confío,
Tributo adelantado
Que desde el fondo de mi ser le envío.
———
Boga, boga, remero; así... ¡Llegamos!
¡Oh emoción hasta ahora no sentida
¡Y piso el santo suelo en que probamos
El almíbar primero de la vida!
Tras ese monte azul cuya alta cumbre
Lanza reto de orgullo
Al zafir de los cielos,
Está el pueblo gentil donde el arrullo
Del maternal amor rasgué los velos
Que me ocultaban la primera lumbre.
¡En marcha, en marcha, postillón, agita
El látigo inclemente!
Y a más andar, el carro diligente
Por la orilla del mar se precipita.
No hay peña ni ensenada que en mi mente
No venga a despertar una memoria,
Ni hay ola que en la arena humedecida
No escriba con espuma alguna historia
De los alegres tiempos de mi vida,
Todo me habla de sueños y cantares,
De paz, de amor y de tranquilos bienes,
Y el aura fugitiva de los mares
Que viene, leda, a acariciar mis sienes,
Me susurra al oído
Con misterioso acento: "Bienvenido!"
Allá van los humildes pescadores
Las redes a tender sobre la arena;
Dichosos que no sienten los dolores
Ni la punzante pena
De los que lejos de la patria lloran:
Infelices que ignoran
La insondable alegría
De los que tristes del hogar se fueron
Y luego, ansiosos, al hogar volvieron!
Son los mismos que un día,
Siendo niño admiraba yo en la playa,
Pensando, en mi inocencia,
Que era la humana ciencia,
La ciencia de pescar con la atarraya.
Bien os recuerdo humildes pescadores,
Aunque no a mí vosotros, que en la ausencia
Los años me han cambiado y los dolores.
Ya ocultándome va tras un recodo
Que hace el camino, el mar, hasta que todo
Al fin desaparece.
Ya no hay más que montañas y horizontes,
Y el pecho se estremece
Al respirar, cargado de recuerdos,
El aire puro de los patrios montes.
De los frescos y límpidos raudales
El murmurio apacible;
De mis canoras aves tropicales
El melodioso trino que resbala
Por las ondas del éter invisible;
Los perfumados hálitos que exhala
El cáliz áureo y blanco
De las humildes flores del barranco;
Todo a soñar convida
Y con suave empeño
Se apodera del alma enternecida
La indefinible vaguedad de un sueño.
Y rueda el coche, y detrás dél las horas
Deslizándose ligeras
Sin yo sentir que el pensamiento mío
Viaja por el país de las quimeras,
Y sólo hallan mis ojos sin mirada
Los incoloros senos del vacío...
———
De pronto, al descender de una hondonada,
"¡Caracas! allí está'' dice el auriga,
Y súbito el espíritu despierta
Ante la dicha cierta
De ver la tierra amiga.
Caracas allí está; sus techos rojos.
Su blanca torre, sus azules lomas
Y sus bandas de tímidas palomas
Hacen nublar de lágrimas mis ojos!
Caracas allí está! Vedla tendida
A las faldas del Ávila empinado.
Odalisca rendida
A los pies del Sultán enamorado.
Hay fiesta en el espacio y la campiña,
Fiesta de paz y amores;
Acarician los vientos la montaña;
Del bosque los alados trovadores
Su dulce canturía
Dejan oír en la alameda umbría;
Los menudos insectos en las flores
A los dorados pístilos se abrazan;
Besa el aura amorosa al manso Guaire;
Y con los rayos de la luz se enlazan
Los impalpables átomos del aire.¡Apura, apura, postillón! Agita
El látigo inclemente!
¡Al hogar, al hogar! que ya palpita
Por él mi corazón...
¡Mas, no! ¡detente!
¡Oh infinita aflicción! ¡Oh desgraciado!
De mí, que en mi soñar hube olvidado
Que yo no tengo hogar!...
Para, cochero:
Tomemos cada cual nuestro camino;
Tú, al techo lisonjero
Do te aguarda la madre, el ser divino
Que es de la vida centro y alegría,
Y yo... ¡yo al cementerio
Donde tengo la mía!
¡Oh insoluble misterio
Que trueca el gozo en lágrimas ardientes!
¿En dónde está, Señor, esa tu santa
Infinita bondad, que así consientes
Junto a tanto placer, tristeza tanta?
Ya no hay fiesta en los aires; ya no alegra
La luz que el campo dora;
Ya no hay sino la negra
Pena cruel que el pecho me devora.
¡Valor, firmeza, corazón! No brotes
Todo tu llanto ahora, no lo agotes,
Que mucho, mucho que sufrir aún falta:
Y no de lejos resalta
De la llanura sobre el verde manto
La ciudad de las tumbas y del llanto;
Ya me acerco, ya piso
Los callados umbrales la muerte;
Y la modesta lápida diviso
Del angélico ser que el alma llora;
Ven, corazón, y vierte
Tus lágrimas ahora.
II
Madre, aquí estoy; de mi destierro vengo
A darte con el alma el mudo abrazo
Que no te pude dar en tu agonía;
A desahogar en tu glacial regazo
La pena aguda que en el pecho tengo
Y a darte cuenta de la ausencia mía.
Madre, aquí estoy; en alas del destino
Me alejé de tu lado una mañaña
En pos de la fortuna
Que para ti soñé desde la cuna;
Mas, ¡oh suerte inhumana!
Hoy vuelvo, fatigado peregrino,
Y sólo traigo que ofrecerte pueda,
Esta flor amarilla del camino
Y este resto de llanto que me queda.
Bien recuerda aquel día
Que el tiempo en mi memoria no ha borrado;
Era de marzo una mañana fría
Y cerraba los cielos el nublado,
Tú en el lecho aún estabas
Triste y enferma y sumergida en duelo,
Que con alma de madre contemplabas
El hondo desconsuelo
De verme separar de tu regazo.
Llegó la hora despiadada y fiera,
Y con el pecho herido
Por dolor hasta entonces no sentido,
Fui a darte, madre, mi postrer abrazo
Y a recibir tu bendición postrera.
¡Quién entonces pensara
Que aquella voz angélica en mi oído
Nunca más resonara!
Tú, dulce madre, tú, cuando infelice,
Dijiste al estrecharme contra el pecho:
"Tengo el presentimiento que me dice
Que no he de verte más bajo este techo."
Con un supremo esfuerzo desliguéme
De los amantes lazos
Que me formaban en redor tus brazos,
Y fuera me lancé como quien teme
Morir de sentimiento...
¡Oh terrible momento!
Yo fuerte me juzgaba,
Mas, cuando fuera me encontré y aislado,
El vértigo sentí de pajarillo
Que en la jaula críado,
Se ve de pronto en la extensión perdido
De las etéreas salas,
Sin saber dónde encontrará otro nido
Ni a dónde, torpe, dirigir sus alas.
———
Desató el sollozar el nudo estrecho
Que ahogaba el corazón en su quebranto,
Y se deshizo en llanto
La tempestad que me agitaba el pecho.
Después la nave me llevó a los mares,
Y llegamos al fin, un triste día,
A una tierra muy lejos de la mía,
Donde en vez de perfumes y cantares,
En vez de cielo azul y verdes palmas,
Hallé nieblas y ábregos, y un frío
Que helaba los espacios y las almas.
Mucho, madre, sufrí con pecho fuerte,
Mas suavizaba el sufrimiento impío
La esperanza de verte
Un tiempo no lejano al lado mío.
¡Ay del mortal que ciego
Confía su ventura a la esperanza!...
La ley universal cumplióse luego,
Y vi en el alma, presta,
La mía disiparse,
Cual mira en lontananza
Torcer el rumbo en dirección opuesta
El náufrago al bajel que vio acercarse.
Bien recuerdo aquel día
Que el tiempo en mi memoria no ha borrado;
Era de marzo otra mañana fría
Y los cielos cerraba otro nublado.
Triste, enfermo y sin calma,
En ti pensaba yo cuando me dieron
La noticia fatal que hirió mi alma;
Lo que sentí decirlo no sabría...
Sólo sé que mis lágrimas corrieron
Como corren ahora, madre mía.
Después, al mundo me lancé, agitado,
Y atravesé océanos y torrentes
Y recorrí cien pueblos diferentes;
Tenue vapor de huracán llevado,
Alga sin rumbo que la mar flagela,
Viento que pasa, pájaro que vuela.
———
Mucho, madre, he adquirido,
Mucha experiencia y muchos desengaños,
Y también he perdido
Toda la fe de mis primeros años.
¡Feliz quien como tú ya en esta vida
No tiene que luchar contra la suerte
Y puede reposar en la seguida,
Inalterable calma de la muerte;
Sin ver ni padecer el mal eterno
Que nos hiere doquier con saña cruda,
Ni llevar en el pecho el frío interno
De la indomable duda!
¡Feliz quien como tú, con altiveza
Reclinó para siempre la cabeza
Sobre los lauros del deber cumplido;
Cual la reclina, por la muerte herido,
Tras el combate rudo,
Risueño, el gladiador sobre su escudo!
Esa, madre, es tu gloria
Y la alta recompensa de tu historia,
Que el premio solo del deber sagrado
Que impone el cristianismo
Está en el hecho mismo
De haberlo practicado.
Madre, voy a partir; mas parto en calma
Y sin decirte adiós, que eternamente
Me habrás de acompañar en esta vida;
Tú has muerto para el mundo indiferente,
Mas nunca morirás, madre del alma,
Para el hijo infeliz que no te olvida.
Y fuera el paso muevo,
Y desde su alto y celestial palacio,
Su brillo siempre nuevo
Derrame el sol por el cerúleo espacio...
Ya lejos de los túmulos me encuentro,
Ya me retiro solitario y triste;
Mas ¡ay! ¿a dónde voy? ¡si ya no existe
De hogar y madre el venturoso centro!...
¿A dónde? ¡A la corriente de la vida,
A luchar con las ondas brazo a brazo,
Hasta caer en su mortal regazo
Con alma en paz y con la frente erguida!
JUAN ANTONIO PÉREZ BONALDE (Caracas, 1846- La Guaira, 1892). "Los cien mejores poesías líricas venezolanas", sexta edición, 1982. Madrid: Melsa.