Las listas son injustas, odiosas porque su carácter personal y limitado, hace que obviemos muchas historias. Pero, como es casi imposible hablar de todas las grandiosas películas que se han realizado en estos dieciséis años, les dejamos una película por año, sin orden de preferencia, pero que me dejaron un gran impacto.
1. "Le Havre" de Aki Kaurismaki (2011)
2. "Shame" de Steve McQueen (2011)
3. "Drive" Nicolas Winding Refn (2011)
4. "El Secreto de sus Ojos" de Juan José Campanella (2009)
5. "Hunger" de Steve McQueen (2008)
6. "Incendies" Denis Villeneuve (2010)
7. "The Place Beyond the pines" Derek Cianfrance (2013)
8. "Oldboy" Chan-Wook Park (2003)
9. "Un Profeta" Jacques Audiard (2009)
10. "Dogville" Lars Von Trier (2003)
11. "La Caza" Thomas Vintenberg (2012)
12. "Deseando amar" Wong Kar-wai (2000)
13. "La vida de los otros" Florian Henckel von Donnersmarck (2006)
14. "Fish Tank" Andrea Arnold (2009)
15. "The Lobster" Yorgos Lanthimos (2015)
16. "Synecdoche, New York" (2008) Charlie Kaufman
Norah Lange. Foto archivo.
Él y yo en lo infinito... Siempre. Cuando el paisaje
vino, tú estabas allí de pie... Luego el paisaje se fue
y tú quedaste para reemplazar todo hasta lo infinito...
Éramos él y yo. Éramos siempre él y yo...
Éramos el amor, y yo, el amor sólo...
Nosotros desaparecíamos tras la grandeza de ese amor...
Era el amor sólo... Luego vino él... y último de todos
yo..., siempre yo, buscándole a él...
Norah Lange (1905-1972). "Siempre" en La poesía femenina argentina (1810-1950). Helena Percas (colec.). 1958.
Hoy los poetas
sólo pueden ser
irónicos.
Subafirmaciones,
contrastes,
paradojas
los delatan.
Eran diferentes
los antiguos.
Tenían de su parte
un dios
o una diosa
cuando no perdían su favor
siempre incierto.
Repetían:
aere perennius
¡Cuánto orgullo!
Nada
previeron.
Ahora
se encuentran con la orden
de tierra arrasada
(que se cumple
puntualmente),
el viejo recomenzar
y una hoja
en blanco.
Rafael Cadenas (1930). "Gestiones" (1992).
Eugenio Montejo. Foto de archivo
Eugenio Montejo (1938-2008)."Adiós al siglo XX" (1992).
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.
Eugenio Montejo (1938-2008)."Adiós al siglo XX" (1992).
Jaime Gil de Biedma. Foto de archivo
Que la
vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, era tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Jaime Gil de Biedma (1929-1990) "Poemas póstumos" (1968).
Fotograma de "Pelo Malo". Sudaca Films.
La película de Mariana Rondón abarca un gran espectro de temáticas que
nos rodean. Creo que su núcleo es la intolerancia a la diferencia (y a la natural exploración sexual en la niñez). Junior (el niño protagonista) desea
tomarse una foto para el colegio, pero lo quiere hacer con el pelo liso y como
un cantante (con el Santo Ángel al fondo). El detalle es que él tiene el pelo
"malo" (como nos han dicho, por el endorracismo y el racismo colonial
que se arraigó en nuestra sociedad).
La sociedad venezolana es producto del mestizaje, pero el imaginario colectivo de lo que es 'bueno' y 'malo', con tintes litúrgicos, yace como una sombra que no se divisa; como un fruto podrido que no se ve, ni llegamos a oler.
La sociedad venezolana es producto del mestizaje, pero el imaginario colectivo de lo que es 'bueno' y 'malo', con tintes litúrgicos, yace como una sombra que no se divisa; como un fruto podrido que no se ve, ni llegamos a oler.
Debido a nuestra compleja historia social y cultural,
'amalgamada', que se 'nutre' con las oleadas de inmigrantes y los modelos
adoptados por los gobernantes (podemos nombrar el "Nuevo Ideal
Nacional" perezjimenista) y lo que reproducen las televisoras nacionales,
el desprecio al negro y al indígena, marginado y en muchos casos aislados, son
hechos que se nos complica percibir por lo disfrazado y negado que
se nos presenta (en apariencia) pero que a través del discurso sale a flote.
También, hay una especie de 'miopía' colectiva que nos hace
perder el foco (o no querer ver por completo, más allá de los clichés) de
nuestros problemas. Es como si sólo podemos vernos en un espejo 'mágico' sin
los pliegues del tiempo, borrando todo lo negativo como si aplicáramos botox a
la realidad; como si con maquillaje podemos tapar las imperfecciones.
Así, la mamá de Junior (interpretada por Samantha
Castillo), se hace la vista gorda al percibir las 'excentricidades' de su
hijo. La abuela del niño (mamá paterna) puede ver que él es 'diferente'; no lo
hace ver como un bicho raro por sus comportamientos. Es más, lo inclina en
demasía hacia sus propios intereses (quiere hacer del niño el nuevo Henry
Stephen) para tratar de cumplir sus sueños frustrados y hacer de Junior 'su'
hijo (ya que el padre del niño era un malandro que fue asesinado).
Otro de los muchos aspectos de "Pelo Malo" es
que podemos observar a la sociedad caraqueña marginada. El Oeste y los bloques
del 23 de Enero, emblemas de una modernidad estancada, truncada para algunos,
es el escenario ideal de una utopía inalcanzable. Las brechas en la sociedad
son más abiertas y los ideales del chavismo culminaron en la constante
violencia discursiva, en la división y en el fanatismo que encontramos en el culto al personalismo (desde
Bolívar hasta Chávez).
De esta forma, la promesa redentora sólo nos presenta el
fracaso del sistema; el aprovechamiento (la mal llamada 'viveza criolla') y la
corrupción como elementos de muchos para hacer funcionar las cosas. En ese conflicto de intereses y poder asimétrico que se pasa a ejercer constantemente (y se naturaliza) cae la mamá
de Junior: tras repetidas búsquedas de su exjefe (el cual se escondía) para
pedirle de vuelta su empleo como vigilante (un trabajo que muy pocas veces
dejan realizar a las mujeres), logra conseguirlo, pactando una cita entre ambos
(en un restaurante y luego en casa de ella) para consumar el abuso de poder (el
uso del cuerpo para tramitar con 'facilidad' asuntos laborales).
La mamá de Junior es una mujer solitaria, llevada al borde;
una madre 'improvisada' (no se enseña a ser madre) que por su juventud parió
dos hijos casi en la adolescencia. Su 'carga' es muy grande: reparte su tiempo
en recuperar su empleo y en el cuidado de sus hijos. Ella es una de esas mujeres
arquetípicas latinoamericana: "aguerridas", "echadas pa' lante", como abundan en
nuestras sociedades. Pero, más allá de su falta de tacto para tratar ciertos
asuntos y su desespero por no comprender ciertas cosas que le 'pasan' a Junior,
ella produce inconscientemente el machismo, la violencia, creando un rechazo en
el niño y acrecentando sus dudas.
Sin un modelo a seguir, los patrones de control y los
clichés seguirán siendo la levadura de la sociedad venezolana. Y la
incomunicación será nuestra piedra fundacional del caos.
El lenguaje no es estático; se transforma. Lo
mismo sucede con la tecnología, las artes, y entre ellas, el cine. Con Mala
sangre (Mauvais Sang, 1986) sentimos esa parte del cambio: es una película que
posee un dinamismo que no abandonaría la década de los 90. Y, a pesar de ser
una historia que podemos situar entre el “surrealismo” y la “modernidad”, posee
elementos del cine clásico.
Podría decirse que
Mala Sangre es una película que cumple con los dos elementos indispensables
para hacer una película según Godard: Una chica (en ésta hay dos) y una
pistola. También, hay un dicho que asegura que los genios siempre presentan los
mismos elementos en sus obras: sus temores, manías, cosmovisiones. Con Léox
Carax podría decirse que ocurre eso.
Alex (Denis Lavant) es
un chico ventrílocuo que se gana la vida haciendo trucos de barajas en las
calles de París. Tiene una novia, Lise (Julie Delpy), fiel, que le ama, la cual
abandona. Tiene un deber, uno que no pudo cumplir su padre: debe robar una cura
de una enfermedad similar al VIH. El contexto de la enfermedad en los años 80 fue un pandemónium. Aunque, en la película, el futuro parece más prometedor, no
deja de ser caótico.
Alex conoce a la dupla
delictiva liderada por Marc (Michel Piccoli) y allí conoce a Anna (Juliette
Binoche), y se enamora de ella desde el primer instante. El reconocimiento de
ese amor, y el desbordamiento del mismo, se presenta en la escena del
baile-trote-corrida, por la calle al ritmo de “Modern Love” de David Bowie.
La historia se
presenta como un film noir, o posee su base: crimen organizado, asesinatos,
hechos delictivos. Aunque los maleantes o gánsteres parecen caricaturas. Las
comparaciones son necias pero hay una similitud entre La Americana y el
personaje psicópata interpretado por Dennis Hopper en Blue Velvet (1986) de
David Lynch.
Mala sangre es una
frenética historia de amor. De ese amor adolescente y del maduro. Compuesta por
momentos sublimes y alocados donde la música es parte importante para expresar
sentimientos; donde lo que se dice a veces no es todo. Y lo que se guarda,
puede quedarse para siempre.
La buena boda (“Le beau mariage”,1982) es una radiografía sobre el amor y lo que representa la felicidad. Sabine (Béatrice Romand), es una joven estudiante de historia del arte que trabaja en una tienda de antigüedades. Luego de vivir una relación con un pintor, casado y con hijos, ella decide que quiere casarse, aunque no conoce a su futuro esposo.
Su amiga Clarisse (Arielle Dombasle) le presenta en una reunión familiar a su primo Edmond (André Dussollier), abogado, soltero y de buena posición económica. A partir de ese flechazo, Sabine intenta conquistar a Edmond, y de manera metódica, quiere conseguir su objetivo. Y como el amor evoluciona, ella debe conseguir esos cambios, así le lleven a la pérdida de su independencia.
De esta manera, Sabine intenta anular los fracasos amorosos anteriores, idealizando el matrimonio perfecto, con el hombre perfecto, como la salida apropiada para cambiar su vida.
Sabine es curiosa, clara y honesta. Como también es impulsiva, frágil y maniática. La historia es conducida por sus contradicciones, sentimientos, dudas, decisiones, aunque sean menos las “acertadas”, su vida transcurre en la acción.
En la historia hay dos grandes momentos en la actuación de Sabine: la escena de su cumpleaños y en la oficina.
Ese retratar el presente, la vida como es, aparente tesis de Éric Rohmer, presentando las historias en su desarrollo, como si se tratara de una etnografía personal, donde las preguntas muchas veces no tienen respuestas, y donde el pasado es una reminiscencia, un hecho que solo sirve para dar forma a los personajes, cuyas acciones pasadas enriquecen el presente. De hecho, podría decirse que en "La buena boda" el pasado no existe; no existe porque no puede ser registrado. Solo importa el presente, el cual es abierto.
También es de suma importancia la palabra. Conocemos a los personajes por sus comportamientos; por lo que dicen de sí mismos. Resulta una manera directa de presentación. Esta forma de introducción de personajes es muy recurrente en la filmografía de Woody Allen. De esta manera, Sabine nos resulta íntima e inolvidable.
Esa manera de hacer cine, que irrumpió desde la sala de redacción de Cahiers du cinema en los años 50, rompe con el academicismo francés y las influencias norteamericanas, dejando a un lado la linealidad de las tramas para enfocarse en retratar la vida con sus matices cotidianos, con gente común, en ciudades comunes.
El naturalismo también es un punto muy importante. El uso de la luz artificial parece ser mínimo. La ciudad y el campo no son protagonistas. Son tan espectadores como nosotros del devenir de los personajes.
Su amiga Clarisse (Arielle Dombasle) le presenta en una reunión familiar a su primo Edmond (André Dussollier), abogado, soltero y de buena posición económica. A partir de ese flechazo, Sabine intenta conquistar a Edmond, y de manera metódica, quiere conseguir su objetivo. Y como el amor evoluciona, ella debe conseguir esos cambios, así le lleven a la pérdida de su independencia.
De esta manera, Sabine intenta anular los fracasos amorosos anteriores, idealizando el matrimonio perfecto, con el hombre perfecto, como la salida apropiada para cambiar su vida.
Sabine es curiosa, clara y honesta. Como también es impulsiva, frágil y maniática. La historia es conducida por sus contradicciones, sentimientos, dudas, decisiones, aunque sean menos las “acertadas”, su vida transcurre en la acción.
En la historia hay dos grandes momentos en la actuación de Sabine: la escena de su cumpleaños y en la oficina.
Ese retratar el presente, la vida como es, aparente tesis de Éric Rohmer, presentando las historias en su desarrollo, como si se tratara de una etnografía personal, donde las preguntas muchas veces no tienen respuestas, y donde el pasado es una reminiscencia, un hecho que solo sirve para dar forma a los personajes, cuyas acciones pasadas enriquecen el presente. De hecho, podría decirse que en "La buena boda" el pasado no existe; no existe porque no puede ser registrado. Solo importa el presente, el cual es abierto.
También es de suma importancia la palabra. Conocemos a los personajes por sus comportamientos; por lo que dicen de sí mismos. Resulta una manera directa de presentación. Esta forma de introducción de personajes es muy recurrente en la filmografía de Woody Allen. De esta manera, Sabine nos resulta íntima e inolvidable.
Esa manera de hacer cine, que irrumpió desde la sala de redacción de Cahiers du cinema en los años 50, rompe con el academicismo francés y las influencias norteamericanas, dejando a un lado la linealidad de las tramas para enfocarse en retratar la vida con sus matices cotidianos, con gente común, en ciudades comunes.
El naturalismo también es un punto muy importante. El uso de la luz artificial parece ser mínimo. La ciudad y el campo no son protagonistas. Son tan espectadores como nosotros del devenir de los personajes.