LE BEAU MARIAGE
La buena boda (“Le beau mariage”,1982) es una radiografía sobre el amor y lo que representa la felicidad. Sabine (Béatrice Romand), es una joven estudiante de historia del arte que trabaja en una tienda de antigüedades. Luego de vivir una relación con un pintor, casado y con hijos, ella decide que quiere casarse, aunque no conoce a su futuro esposo.
Su amiga Clarisse (Arielle Dombasle) le presenta en una reunión familiar a su primo Edmond (André Dussollier), abogado, soltero y de buena posición económica. A partir de ese flechazo, Sabine intenta conquistar a Edmond, y de manera metódica, quiere conseguir su objetivo. Y como el amor evoluciona, ella debe conseguir esos cambios, así le lleven a la pérdida de su independencia.
De esta manera, Sabine intenta anular los fracasos amorosos anteriores, idealizando el matrimonio perfecto, con el hombre perfecto, como la salida apropiada para cambiar su vida.
Sabine es curiosa, clara y honesta. Como también es impulsiva, frágil y maniática. La historia es conducida por sus contradicciones, sentimientos, dudas, decisiones, aunque sean menos las “acertadas”, su vida transcurre en la acción.
En la historia hay dos grandes momentos en la actuación de Sabine: la escena de su cumpleaños y en la oficina.
Ese retratar el presente, la vida como es, aparente tesis de Éric Rohmer, presentando las historias en su desarrollo, como si se tratara de una etnografía personal, donde las preguntas muchas veces no tienen respuestas, y donde el pasado es una reminiscencia, un hecho que solo sirve para dar forma a los personajes, cuyas acciones pasadas enriquecen el presente. De hecho, podría decirse que en "La buena boda" el pasado no existe; no existe porque no puede ser registrado. Solo importa el presente, el cual es abierto.
También es de suma importancia la palabra. Conocemos a los personajes por sus comportamientos; por lo que dicen de sí mismos. Resulta una manera directa de presentación. Esta forma de introducción de personajes es muy recurrente en la filmografía de Woody Allen. De esta manera, Sabine nos resulta íntima e inolvidable.
Esa manera de hacer cine, que irrumpió desde la sala de redacción de Cahiers du cinema en los años 50, rompe con el academicismo francés y las influencias norteamericanas, dejando a un lado la linealidad de las tramas para enfocarse en retratar la vida con sus matices cotidianos, con gente común, en ciudades comunes.
El naturalismo también es un punto muy importante. El uso de la luz artificial parece ser mínimo. La ciudad y el campo no son protagonistas. Son tan espectadores como nosotros del devenir de los personajes.
Su amiga Clarisse (Arielle Dombasle) le presenta en una reunión familiar a su primo Edmond (André Dussollier), abogado, soltero y de buena posición económica. A partir de ese flechazo, Sabine intenta conquistar a Edmond, y de manera metódica, quiere conseguir su objetivo. Y como el amor evoluciona, ella debe conseguir esos cambios, así le lleven a la pérdida de su independencia.
De esta manera, Sabine intenta anular los fracasos amorosos anteriores, idealizando el matrimonio perfecto, con el hombre perfecto, como la salida apropiada para cambiar su vida.
Sabine es curiosa, clara y honesta. Como también es impulsiva, frágil y maniática. La historia es conducida por sus contradicciones, sentimientos, dudas, decisiones, aunque sean menos las “acertadas”, su vida transcurre en la acción.
En la historia hay dos grandes momentos en la actuación de Sabine: la escena de su cumpleaños y en la oficina.
Ese retratar el presente, la vida como es, aparente tesis de Éric Rohmer, presentando las historias en su desarrollo, como si se tratara de una etnografía personal, donde las preguntas muchas veces no tienen respuestas, y donde el pasado es una reminiscencia, un hecho que solo sirve para dar forma a los personajes, cuyas acciones pasadas enriquecen el presente. De hecho, podría decirse que en "La buena boda" el pasado no existe; no existe porque no puede ser registrado. Solo importa el presente, el cual es abierto.
También es de suma importancia la palabra. Conocemos a los personajes por sus comportamientos; por lo que dicen de sí mismos. Resulta una manera directa de presentación. Esta forma de introducción de personajes es muy recurrente en la filmografía de Woody Allen. De esta manera, Sabine nos resulta íntima e inolvidable.
Esa manera de hacer cine, que irrumpió desde la sala de redacción de Cahiers du cinema en los años 50, rompe con el academicismo francés y las influencias norteamericanas, dejando a un lado la linealidad de las tramas para enfocarse en retratar la vida con sus matices cotidianos, con gente común, en ciudades comunes.
El naturalismo también es un punto muy importante. El uso de la luz artificial parece ser mínimo. La ciudad y el campo no son protagonistas. Son tan espectadores como nosotros del devenir de los personajes.
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