John Everett Millais, "Waiting" (1854) |
Pueblos enteros
hemos visto
que se dejan estar
a la sombra de un gran tamarindo
hiedra silvestre
enroscada a los palos del camino
burros
cabeceando sobre lo quebrado
de sus patas
rombos en el agua temblorosa
Aquí el trabajo se reduce
a levantarse con el sol
muy alto
a espaldas de esa fatiga
que algún turista
arrastra
Aquí
vivimos días sin gloria
sin moral
sin horas fijas
Echados
el primer periódico que ofrecía
su abandono
hemos leído:
las muertes hemos leído
los mensajes amorosos
las amenazas bancarias
sin ausencia ni concentración
Nada nos ha conmovido
Nada nos ha impacientado
con el calor agobiante
Nuestros hijos
tal cual son nos han gustado:
negros
enjutos
rascándose
bajo la piel
los mil huevecillos de insectos
discretamente hambrientos sólo al caer la noche
como si un repentino apetito
los igualara al ímpetu
de cazadores
atizando el fuego
en una vieja ilustración
tan lejanos entre los pliegues de la arena
que parecieron de otros
de humo
materia evaporada en la gasa del horizonte
Al aire libre hemos comido
desnudos
cangrejos recién desmembrados
sin piedad
sin otra precaución que estarse
al abrigo del viento
arremolinados
Sucios:
lo hemos sido
sin juicio
sin resonancia
El mar:
ha sido el mar
La luz
luz
A lo sumo
un peso invisible sobre el lomo
El sopor de los animales
fue sorber ruidosamente
en paz
cada espina de pescado
como fin último:
su hoja reluciente
su escama de diamante
a nadie hirió
A nadie
la agonía del pelícano
inspiró poema alguno
los niños lo arrastraron penosamente
de un extremo a otro
lo torturaron
con el ofrecimiento de lombrices
y peces deshechos
al oído del ala rota
le susurraron
con cínica paciencia
el infinito perdido
No nos rozó siquiera
la ocurrencia
de citas oportunas
ni el deber de pronunciar
aquellas palabras
Sólo interjecciones
Porque hablar
lo que se dice hablar
No hemos hablado
E inferior
tampoco hemos inferido
La suciedad
la miseria
no la hemos comentado
ni la exaltación de los pescadores
en su modo de echar la red
y unas monedas
a las que tapan rápidamente
con la palma de la mano
como si fuera un texto
Ninguna pasión redentora
nos ha tocado
A nadie hemos humillado
con interpretaciones
con falsos cantos
El canto vino solo
como exhalación
de noche abierta
sus labios de salitre quemado
nos rozaron
en la oscilación de la luz
sobre el libro
leído hasta tarde
con ignorancia y creencia
sin entender
cual estudiante infeliz
y desocupado del mundo
mientras el sueño de los niños
era la misma turgencia del alcatraz
en su hondo vuelo
hondo y levísimo y rociado de espuma
firme en la turbulencia
MÁRGARA RUSSOTTO (1946). "Viola D'amore". Caracas: Fundarte, 1986.