Millet, "Bergère dormant à l’ombre d’un buisson de chênes" (1874) |
Era la séptima carta que enviaba papá al programa Somos Todos, un concurso nocturno que insistía en probar, como le gustaba decir al presentador, la paciencia del venezolano. El Sr. Oplinio preguntaba, con su voz parsimoniosa, edulcorada, un cuestionario por participante, entre verdades y mentiras, paradojas, intercalando por colores —del magenta hasta el blancoleche, los cuales identificaban a los nueve concursantes—, mientras sus técnicos jugaban con la atmósfera del show. Las primeras cartas de papá con intención de concursar fueron en enero pasado, luego en marzo, mayo, un par en junio y dos en el mes de julio, cuando una mañana cualquiera de un lunes a las ocho de la noche, colocaron una telenovela repetida hasta el hartazgo. Al principio papá se sintió desconcertado, mecía sus cejas apenas blanquecinas, diciendo en voz alta lo que era para sus adentros: «Seguro está enfermo», pero papá no es ningún ingenuo, sabe tan bien como yo que los programas los graban, tienen otro tiempo, así rece a un costado, titilando, el en vivo. Al día siguiente fue lo mismo y de esa forma, continuó el resto de la semana. Para el lunes siguiente, papá preparó otra carta, la leyó en voz alta, como si quisiera convencerse de lo escrito, sin participarme en lo escrito, tratando de corregir algún error que tuviese la misiva. Siempre la comenzaba con un “Estimado Sr. Oplinio”, y finalizaba con “Un fiel seguidor y creyente de Somos Todos”, para estampar su firma oblicua con una cola inclinada hacia la izquierda al término de la misma , firma practicada una y otra vez, inundadas en un viejo cuadernillo. Bajamos al correo, depositamos la carta en la misma agencia, con la señora catira de gruesas cejas y labios muy rojos, fuimos a la panadería, comimos un golfeado y café con leche, y con dos campesinos bajo el brazo volvimos al apartamento. Papá poco salía solo; no sé si era una excusa para cuidarme, o su condición de pensionado, o si en realidad era tan asocial y taciturno como se mostraba. Contadas veces lo vi saludar afectuosamente a alguien en la calle, detenerse a conversar con un amigo, como esa vez que vimos a un hombre de bigotes gruesos, muy alto y con paltó oscuro, ––¡Mario!––, dijo el hombre con sorpresa, papá se abochornó, su rostro cambió por completo, y al abrazo sincero que mostró aquel hombre, él lo respondió con la misma expresión al quedarse sin cigarrillos.
Francisco Camps Sinza (1988). Relato "Avenida 'La Deriva'" en Premio Santiago Anzola Omaña, 2017.