Sylvia Plath (imagen de archivo)
La mujer alcanza la perfección
Su cuerpo
Muerto porta la sonrisa del deber cumplido,
La ilusión de una necesidad griega
Fluye por los papiros de su toga,
Sus pies desnudos
Parecen estar diciendo:
Hemos llegado hasta aquí, es el fin.
Dos bebés muertos hechos ovillos, serpientes blancas,
Cada uno prendido a un pellejo
De leche, ya vacío.
Ella los ha replegado
Hacia su cuerpo como pétalos
De una rosa que se cierra cuando el jardín
Se endurece y las fragancias sangran
Desde las dulces y profundas gargantas de la flor nocturna
La luna no se habrá de entristecer,
Allá en su atalaya de hueso.
Tiene, de todo esto, la costumbre
A rastras crujen sombras negras.
Sylvia Plath (1932-1963). Versión de Andrés Hoyos.