El lenguaje no es estático; se transforma. Lo
mismo sucede con la tecnología, las artes, y entre ellas, el cine. Con Mala
sangre (Mauvais Sang, 1986) sentimos esa parte del cambio: es una película que
posee un dinamismo que no abandonaría la década de los 90. Y, a pesar de ser
una historia que podemos situar entre el “surrealismo” y la “modernidad”, posee
elementos del cine clásico.
Podría decirse que
Mala Sangre es una película que cumple con los dos elementos indispensables
para hacer una película según Godard: Una chica (en ésta hay dos) y una
pistola. También, hay un dicho que asegura que los genios siempre presentan los
mismos elementos en sus obras: sus temores, manías, cosmovisiones. Con Léox
Carax podría decirse que ocurre eso.
Alex (Denis Lavant) es
un chico ventrílocuo que se gana la vida haciendo trucos de barajas en las
calles de París. Tiene una novia, Lise (Julie Delpy), fiel, que le ama, la cual
abandona. Tiene un deber, uno que no pudo cumplir su padre: debe robar una cura
de una enfermedad similar al VIH. El contexto de la enfermedad en los años 80 fue un pandemónium. Aunque, en la película, el futuro parece más prometedor, no
deja de ser caótico.
Alex conoce a la dupla
delictiva liderada por Marc (Michel Piccoli) y allí conoce a Anna (Juliette
Binoche), y se enamora de ella desde el primer instante. El reconocimiento de
ese amor, y el desbordamiento del mismo, se presenta en la escena del
baile-trote-corrida, por la calle al ritmo de “Modern Love” de David Bowie.
La historia se
presenta como un film noir, o posee su base: crimen organizado, asesinatos,
hechos delictivos. Aunque los maleantes o gánsteres parecen caricaturas. Las
comparaciones son necias pero hay una similitud entre La Americana y el
personaje psicópata interpretado por Dennis Hopper en Blue Velvet (1986) de
David Lynch.
Mala sangre es una
frenética historia de amor. De ese amor adolescente y del maduro. Compuesta por
momentos sublimes y alocados donde la música es parte importante para expresar
sentimientos; donde lo que se dice a veces no es todo. Y lo que se guarda,
puede quedarse para siempre.