Junto a la mesa están las horas
de la tarde
y
la página irremediablemente en blanco.
La
mimosa huele a Niza y a calor.
Un
gran pájaro vuela con la luz de la luna.
Y,
tejiendo tensamente mis trenzas en la noche,
como
si las necesitara mañana,
sin
entristecer, miro por la ventana
hacia
el mar y las pendientes rocosas.
¡Qué
poder tiene el hombre
que
no pide ni siquiera ternura!
No
puedo levantar los siglos cansados
cuando
él pronuncia mi nombre.