Ross Morrison www.instagram.com/rossmorrisonart/ |
A
CARACAS, reducido casi a la mendicidad vergonzante, viene desde muy lejos. La
separación de los suyos lo agobia de pena no expresada, porque la expresión
ordinaria del dolor es indigna de las almas severas. Lo espanta del regreso el
recuerdo del hogar fulminado por el destino. Lo retiene el afecto a una idea
generosa: el bien de la humanidad, el de la patria, tal vez la justicia a que
se prometió esposo, como a la pobreza el santo de Asís.
Lo
subleva y mantiene constante en sus propósitos el espectáculo de la brutalidad
victoriosa, el de la belleza reducida a estropajo, el del mérito oculto o
negado; sufre y piensa pues el alma en la reparación que ha de llegar y
denostando el triunfo de la fuerza que no justifica ni en la naturaleza.
Como el
filósofo griego, encuentra al hombre que solicita entre los humildes, y nunca
desengaño lo torturó más que cuando vio manchar de negro y difundir claridad
mezquina y traidora cuanto creyó fuego de ingenio.
Desoye a
quienes aconsejan la abdicación con la palabra y el ejemplo; más sabios son los
sueños de juventud que le mantienen enferma el alma. Un momento que
consagrarles sabrá de la realidad brutal con más ahínco que una bandera del
ultraje o una vida de las fauces de una fiera.
Incurable
soñador, la realidad le da en vano rudos alertas. Su espíritu responde muy poco
a la impresión de la vida exterior, como un mar muerto de frío que deja de
acompañar con sus rumores los del aire estremecido por ráfagas de hielo y de
duelo. Sufre la pobreza con decoro cuando en su interior deseos incontenibles y
nunca satisfechos se yerguen torcidos y violentos como áspides, y se acerca al
porvenir muy hondo y muy negro como a un peligro.
JOSÉ
ANTONIO RAMOS SUCRE (1890-1930). "Antología", 1992. Caracas:
Biblioteca Ayacucho.