Sobre
una gran ciudad, sumida en la penumbra,
que
respira lenta como si ya durmiera,
tú,
que cantaste para Homero
y
para Cromwell y también quizás
obre
la ceniza gris de Juana,
de
nuevo inicias tu dulce lamento,
tu
apacible treno; nadie te escucha,
sólo
en las hojas negras de los sáucos
donde
se esconden invisibles artistas,
se
agitó, algo envidioso, un ruiseñor.
Nadie
te escucha, esta ciudad está de luto
de sus
grandes, espléndidos días,
cuando
ella misma sabía quejarse
con una
verdadera voz humana.
Adam Zagajewski (1945). “Antenas”. 2007. Barcelona, España: Acantilado.