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Hans Holbein The Younger, "The Preacher" (c. 1526) |
Porque dejaste el mundo de dolores
Buscando en otro cielo la alegría
Que aquí, si nace, solo dura un día
Y eso entre sombras, dudas y temores.
Porque en pos de otro mundo y de otras flores
Abandonaste esta región sombría
Donde tu alma gigante se sentía
Condena á continuos sinsabores:
Yo te vengo á decir mi enhorabuena,
Al mandarte mi eterna despedida
Que de dolor el corazón me llena:
Que aunque cruel y muy triste tu partida,
Si la vida á los goces es agena,
Mejor es el sepulcro que la vida.
Manuel Acuña (1849-1873). Versos de Manuel Acuña. México: Imprenta y Litografía de Juan Flores, 1895.
Ángel Zárraga, "The Poet" (1917)
UNA MUJER, UN DIABLO TIERNO
Ella es un diablo tierno
cada hora un ángel a sus pies se quema en ácido
una mujer peca y no muere
lleva piel de barro
¿no alcanza la guerra una puerta?
la veo en una máscara
conozco la pieza de su locura
un asesinato tiene la llave del cielo
LAZOS DE LUZ Y NOCHE
13.
El mayor pecado
es ser espejo
La mayor pesadilla
un alma mutilada
El mayor relámpago:
caer a gritos de ceniza
DETENER LA LOCURA
Espera el pescador
que muerda su anzuelo la memoria
Aletazos da el río
como un duende que habita la luna
¿Puede escapar su sólida cabeza
su incansable soledad?
Su corazón fluye
con la boca atrapa su locura
arranca a cada instante
la desdicha de ser piedrecilla de río
¿Acaso el que nada tema
siempre se asfixia en la página del agua?
Sigue el maligno
de quien proporcione la desdicha
de agarrar su cuerpo para subir lentamente
y detener su locura
Adriana Cupul Itzá (1979-2005). Y mi cuerpo no ha muerto. Poesía recuperada (1993-2002). México, 2019.
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Vincent van Gogh, "Shoes" (1888) |
ESTOS son unos zapatos viejos. No diremos quién es su dueño, porque ya no tienen utilidad alguna: a nadie sirven, con la utilidad perdieron el amo, y, con el amo, aquella cosa clarísima, aunque modesta, que era como el alma que les daba vida: su reducido sitio en el corazón de un hombre, quien, al preguntar: "¿dónde están mis zapatos negros?", les criaba el sentido y la fuerza. Ni les queda apenas color: sólo el color general a que se estrechan las cosas en la agonía.
Están ahora en uno de esos patios cadavéricos de las casas abandonadas. ¿Quiénes están? Las fabulosas criaturas de grueso pellejo pardo, que ni tienen ojos ni patas, pero sí una negra boca desencajada. (Las hormigas, no obstante, les andan sin miedo las húmedas fauces: para las hormigas son dos cavernas orgánicas, dos montes sin nombre ni contorno, dos cosas que según las hacen sus ojos numerosos jamás podrá soñarlas nuestra razón delirante). Ni andan ni tendrán otro movimiento nunca, estas criaturas, estas cosas; pero, en cambio, pesan. Pesan sobre la tierra con todo el peso de la tierra. Su peso es enorme y no podrá medirse.
Así piensa el Tío Pedro, que ha salido a pasear la tarde rojiza. Las manos a la espalda, el vientre plácidamente redondo en el aire muy claro, se esfuerza el Tío Pedro en comprender cosas para las que aún no se ha descubierto lenguaje. Luego reanuda su paseo, va mirando distraído sus propios zapatos viejos. (Por uno de esos extraños saltos del pensamiento, el Tío Pedro ha imaginado que él es como uno de esos perrillos que andan sobre grandes pelotas, sólo que la bola que él hace mover es enorme: suave, dócil, silenciosa, la Tierra gira bajo sus zapatos viejos.)
Eliseo Diego (1920-1994). Divertimentos. La Habana: Ediciones Orígenes, 1946.
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Witold Wojtkiewicz, "Circus of madmen, series, 'Madness'” (1906) |
Dicen que los locos se ríen y hablan solos
en las laderas las cocinas
los corredores las estaciones de tren
los barcos las cantinas los baños
el mercado del Carmen la fuente del Carmen
en el ombligo y en los generales gordos
no hay loco solo
hablar es hablar aunque estés solo
la soledad es la soledad aunque estés loco.
Horacio Lozano (1982-2024). Física de camaleones. Letras de Querétaro, 2013.
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Hans Baldung "Death and the Woman" (1520-25) |
I
The stars were wild that summer evening
As on the low lake shore stood you and I
And every time I caught your flashing eye
Or heard your voice discourse on anything
It seemed a star went burning down the sky.
I looked into your heart that dying summer
And found your silent woman's heart grown wild
Whereupon you turned to me and smiled
Saying you felt afraid but that you were
Weary of being muted and undefiled.
II
I spoke to you that last winter morning
Watching the wind smoke snow across the ice
Told of how the beauty of your spirit, flesh,
And smile had made day break at night and spring
Burst beauty in the wasting winter's place.
You did not answer when I spoke, but stood
As if that wistful part of you, your sorrow,
Were blown about in fitful winds below;
Your eyes replied your worn heart wished it could
Again be white and silent as the snow.
Galway Kinnell (1927-2014). Poems. Classic Poetry Series, 2012.
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Vincent van Gogh, "Small pear tree in blossom" (1888) |
Hoja del árbol caída en infancia
Hoja caída de rodillas
En el centro de su olvido
Dulce juguete de esperanzas y relámpagos
Sangrando la cabeza mal herida
Como las ilusiones ópticas
En su palacio de muerte inolvidable
Constante barco de corazón doliente
Entre naufragio y sombra apresurada.
Hoja del nudo caído en árbol caído en infancia
Adonde te arrastran hoja de dulce corazón
Y los excesos del fuego de las águilas visuales
Hojas de las ramas calefaccionables
Detenidas en el aire
Prontas a podredumbre entre sus propios brazos
Como las aguas embrujadas.
Hojas de fantasmas sorprendidos
Hojas de pájaros escritos
Cada una tiene su caballo y su paloma
Cada una tiene su horizonte a todo precio
Y no hay árbol ni velamen para su amargura.
Hojas del árbol caídas
En la cabeza del poeta
En su deseo de llorar porque no llega nunca
Eso que espera al fin de cada verso
Eso que aguarda detrás de toda sombra
Una noche de campos profundos
Una noche de frases como miradas de muerto
Como cielo y cabellera sobre nidos viejos
Una noche de tierra y música perdida
Sientes una flor interna que se aleja
Avergonzado de la vida y sus esperas.
Vicente Huidobro (1893-1948). Últimos poemas. Santiago de Chile: 1948.
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Louis Valtat, "Le poisson" (1924) |
Tristes campanas muertas sepultadas
en el féretro gris del campanario,
son como almas de bardos olvidadas
en un trágico sueño solitario.
Abstraídas, silentes, enlutadas,
cual sombras de un martirio visionario,
por los rayos del véspero doradas
son lágrimas que llora el campanario.
En los tibios crepúsculos de estío
parece que surgieran suspendidas
del muro en ruinas de mi pecho frío,
junto a mi corazón que mudo y yerto,
sangrando el carmesí de sus heridas,
como esos tristes bronces yace muerto.
CÉSAR VALLEJO (1892-1938). Poesía completa. España: Barral Editores S.A., 1978.
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Maximilien Luce, "Paysage à Moulineux" (1903) |
LOS ÁLAMOS y los sauces,
los enebros, los encinos,
los robles, los abedules,
hayas, mangles, cedros, pinos...
Árboles, árboles, árboles,
parasoles de beduinos,
o policías formados
al borde de los caminos.
Trocad las hojas, los frutos;
equivocad los destinos,
que no es la pera en el olmo
cifra de los desatinos.
Que yo sé de algún rosal
que mudó rosas por trinos,
y sé de los italianos
que acaban en argentinos.
Cuando se nos canse Dios
de leyes, normas y sinos,
hará de los vinos panes,
hará de los panes vinos.
México, 22 de julio, 1941.
Alfonso Reyes (1889-1959). Obras completas de Alfonso Reyes. Tomo X. Constancia poética. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
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Maximilien Luce, "Scène de rue en hiver" (circa 1915) |
Yo sé que soy el mismo que a los trece
o quince años mentía a Dios, diciendo
no soy más que gusanos y carroña
¡y era un niño y las flores daban frutos!
*
¡Jovencito! Yo nunca he sido joven,
lo que se llama joven. Como un viejo
de cinco años de edad meditaba en la muerte
revolviendo una poza con un palo.
(A los quince, a los veinte, a los veintiocho
revolvía una poza con un palo)
Armando Uribe (1933-2020). No hay lugar. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, S.A., 1970.
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John White Alexander, "Walt Whitman" (1889) |
Viejo Whitman,
ya sé que todavía no lo sabes... pero lo irás sabiendo
con los muertos que van como raíces
creciendo para abajo
hacia el ilustre nido de tus barbas que ahora
no descansan con águilas profundas...
Ellos te contarán que desde tu país
nos enviaron fusiles comerciantes,
fusiles con negocios de difuntos,
fusiles que vinieron
a cambiar por cadáveres, bananas,
a cotizar con balas los ingenios;
fusiles que vinieron
a ponerle zapatos al orgullo descalzo,
fusiles que vinieron
a meter sin permiso en unas botas
todo el aire del pueblo.
Viejo Whitman, como yo sé que estás despierto,
voy a hablarte estas cosas por teléfono...
Hoy, prohibieron que en el cine
los muchachos de América vean en la pantalla
mi pequeño país
socio de otros países grandulones,
porque todos, casi todos,
diecinueve mellizos y un Gigante,
lo dejaron pudrirse, lo dejaron
perfectamente solo, trágicamente solo.
Los parientes
tienen aún el mismo, el viejo miedo,
el pequeñito miedo
a perder tres centavos de repunte en Manhattan,
el miedo a que les niegue su limosna el Gigante.
Viejo Whitman, ya Simón nos lo dijo: "todos...
tenemos que juntarnos". Porque los que gobiernan
tienen negocios que no tienen patria...
Se quitan de los dedos la honradez
como si se quitaran un anillo de cobre...
Ya ves, Libertador, Whitman del fuego...
Estos no son... no son los tuyos,
los que venden tu espada por lo que pesa el hierro.
Los que lustran tus botas con saliva adulona.
Los que dicen:
hoy mi mano está triste, no ha robado...
Ya ves, limpio soldado,
lo demás es lo tuyo... la América dormida...
Donde no se negocia con las alas de Whitman.
Manuel del Cabral (1907-1999). La isla ofendida. Santiago de Chile: Ediciones Solidaridad, 1965.